Cada vez menos Goliath

Solo les faltó ir a Cibeles. Contemplar desde Gol Alboraya como un equipo con un presupuesto faraónico de quinientos millones de euros, casi un billón de las antiguas pesetas, las pasa canutas por no decir palabras malsonantes, durante noventa minutos y celebran el triunfo con un gol de rebote en el último suspiro del encuentro, es para irse del campo cuanto menos sorprendido.

Sorprendido por ver en un Ciutat que rugió como nunca, como varios miles de aficionados madridistas o incluso abonados del Levante ya el sábado sin careta por completo; se referían entre vítores al ‘Bicho’, a ‘Pinchisco’ y a ‘Moratita’ como si fuesen de la familia, cuando a día de hoy hasta resulta macabro unir los conceptos ‘madridista’ y ‘familia’ en la misma frase. Todo esto permitido e incluso promovido por una política de precios que maltrata no ya al aficionado granota de toda la vida, sino al tipo que quiere disfrutar del partido sin necesidad de tener que aguantar unos comportamientos altaneros, arrogantes y chulescos de la misma persona que el día del Valladolid celebró contigo el gol de Diawara, y del que también maldijo como tú a los familiares de Ivanschitz tras el penalty.

Una nueva hornada de madridistas de pastel, con camisetas tailandesas de CR7, que en la vida han pisado el Bernabeu para ver a nadie con el talento de Redondo o los cojones de Amavisca, aplaudiendo y exclamando un falso «¡oh!» por un quiebro de ese tal Jesé, quien en cuatro meses habrá sido defenestrado como un Canales o un Pedro León cualquiera.

Esos padres de familia enseñando a sus niños de seis años, muy madridistas sí, pero más pendientes de sus pancartas y sus chismes que del partido; unos valores como la prepotencia, la soberbia y la falta de humildad, en forma de corte de mangas, mofas e insultos al resto de aficionados que ya llegamos a dudar quien era el equipo grande y señorial, y quien el pequeño y bronco.

Aunque llegados a este punto, tal vez lo más racional, sensato y hasta saludable sea estar orgullosos de los nuestros, de la garra que demostraron Diop, Rodas o Rubén, de la elegante pillería y nervio de gente como Xumetra, Juanfran o El Zhar, de un cada día más enchufado Diawara, y de un Keylor Navas que una vez más con su implicación, sus reflejos y unos cojones del tamaño de Luxemburgo, ha conseguido que no echemos en falta a aquel uruguayo que pidió regresar a su Montevideo natal pero acabó por unos euros más en la Toscana.

Y aunque resulte prácticamente imposible pensar en tomarnos la revancha en el partido de vuelta, todavía nos queda esperar con ahinco y un poquito de ‘mala folla’ a nuestro Lewandovsky particular en el enésimo camino de esta gente hasta la Décima.

 

Granotil (@Granotil)

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