Detalles de grandeza

No hacía falta ser un lince para darse cuenta. Cuando el pasado 25 de noviembre Rufete eres presentado como nuevo manager general y comenzaba a fiscalizar la labor de Miroslav Djukic, se remató un desenlace del que sólo quedaba conocer el epílogo. Este llegó en forma de rueda de prensa precipitada, repleta de contradicciones y con un dantesco ‘papelón’ para el serbio, que aguantó de forma incomprensible el chaparrón con cara de poker sentado al lado de los hombres que lo acababan de ejecutar deportivamente.

¿Qué pasó, Djuka? ¿Por qué tanta mano izquierda, tan poca personalidad? El Djukic que conocí en la pretemporada en Alemania, el que reventó sin contemplaciones a los futbolistas tras hacer el ridículo en Montjuic, desapareció entre la bruma. Nunca más se supo. Desde aquel día, la famosa «tecla» entró en acción. Pocas veces se tocaba con acierto. Casi ninguna se hacía con la connivencia de los jugadores, egoistas por definición -con alguna honrosa excepción-. El carácter, los bemoles que habían enamorado a afición y entorno sobre el papel cuando fue fichado tras pasar por Pucela… Inexistente.

Se le criticará el hecho de que vaya a cobrar su contrato de forma íntegra en su primer año y que también vaya a percibir dinero por una segunda temporada en la que no entrenará aquí. Se le criticará que no haya dimitido por voluntad propia. ¿Quién de ustedes, caballeros, haría eso? Los contratos están para cumplirse: en todo caso, habría que apuntar hacia el que puso al serbio dicho contrato sobre la mesa. Djukic ha vivido un sueño, uno que deseaba con pasión: entrenar al Valencia, a su Valencia. Al contrario que para otros muchos, Mestalla no era un medio, sino un fin. Pero el serbio no ha dado la talla. Profesionalmente, se sobreentiende.

Porque, en lo personal, deja el club un tipo que lo siente, que lo lleva dentro. Al que cada derrota le ha sentado como una puñalada. Sirva un ejemplo desconocido hasta la fecha y que, por motivos evidentes, ya puede ser desvelado. Un miércoles cualquiera de principios de septiembre, durante la primera gran crisis de resultados del equipo. Miroslav Djukic fue invitado por la Curva Nord a su sede para visitarla. Allí le aguardaba una sorpresa: una pancarta en su apoyo, y otras varias cargando contra los futbolistas por su indolencia en los partidos anteriores.

El serbio agradeció el gesto… pero pidió calma. Que no se cargase contra los futbolistas. Y que se mantuviese el acto en secreto, porque algunos malpensados podrían haber interpretado que el entrenador quería fortalecerse granjeándose el apoyo de la grada de animación. Los seguidores obedecieron al técnico y redujeron el nivel de crítica, y simplemente mostrando un mensaje de apoyo al técnico, sin criticar a la plantilla.

Otros entrenadores, más populistas, más ‘pillos’, habrían aprovechado la coyuntura para usar a los aficionados como arma arrojadiza. Pero no Djukic. Tuvo un detalle de grandeza, de hombre de club, pidiendo sosiego a todas las partes y sin querer que se hiciese pública su visita a la Curva Nord, cuando esta todavía era la Curva Nord. Cuando la grada de animación se caracterizaba por sus espectaculares tifos e iniciativas en clave positiva, y no por peleas de camorristas en bares de la capital de España. Los cuatro de siempre no representan a dos mil personas. Pero, hasta en eso, el Valencia sigue su retorno al pasado más oscuro.

 

Paco Polit (@pacopolit)

VLC NEWS – Deportes

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