El bueno, el feo y los malos

Título para una “paella-western”, rodada en los aledaños de Mestalla, con Amadeo Salvo en el papel estelar, el héroe que no cede y mantiene la dignidad hasta el final; Roberto Soldado como el ídolo caído que sorprende a sus entregados devotos hasta transformarse en el patito feo de la película y, por último, los Toldrá, encarnando el rol de la pareja siniestra que seduce al cisne y se lo lleva desde la Albufera hasta las orillas del Támesis. Todo por la pasta. Éxito de público y crítica asegurado.

Otra fuga que se añade a la serie iniciada a mediados de los noventa del siglo pasado cuando Mijatovic se quedó con el reloj que le regaló Paco Roig y firmó la servilleta que le tendió Lorenzo Sanz. Luego se ha sucedido una interminable lista de fugas digna de figurar en una superproducción al estilo de “La Gran Evasión”. Sin Steve McQueen pero con artistas de la talla de Mendieta, Piojo, Villa, Silva, Mata, etc. Cada historia tuvo un desarrollo diferente y un desenlace idéntico, los protagonistas quedaron marcados o salieron por la puerta grande. Caso de Claudio López, por ejemplo.

A fuerza de repetirse la historia, la afición se ha acostumbrado a estos sainetes estivales, los ha asimilado y ya no coge los berrinches de antaño. Se ha distanciado sentimentalmente de los supuestos “cracks” y ha asumido que son aves de paso, cuyo afecto real por el Valencia dista mucho del que ellos profesan. Nada que objetar: el fútbol ha derivado en un coto privado, un mundo cerrado y exclusivo para los “profesionales” de todo pelaje, donde se calcula cualquier detalle al milímetro.

La mercantilización excesiva entraña sus riesgos y puede volverse en contra de quienes creen que todo lo pueden controlar y dirigir. Soldado está en su derecho de irse para cobrar el doble que en el Valencia, pero a cambio, el club de Mestalla está totalmente legitimado para defender hasta el final sus intereses y salvaguardar el orgullo de sus incondicionales. Pobres pero dignos. Con esa postura firme, el presidente valencianista se ha metido a la opinión pública en el bolsillo y ha dejado en evidencia pasadas negociaciones. La esencia del espectáculo es la identificación por un escudo y unos colores.

Por último, vamos con la familia Toldrá, cuya influencia en el Valencia se ha convertido en una especie de relación amor-odio que se remonta a tiempos lejanos. Juan Sol se fue al Madrid en el verano del 75 ante el disgusto de una hinchada que no daba crédito al traspaso. Fue la primera gran operación de Alberto Toldrá, el desaparecido iniciador de la saga. Después vino la sintonía absoluta con Ramos Costa, Gomar y Pasieguito, que generó sospechas y algunas habladurías infundadas. Con Arturo Tuzón -previamente Gaspar Romero había cerrado de par en par las puertas al intermediario que hacía y deshacía a su antojo- se rompieron relaciones hasta que Ochotorena salió del Bernabéu rumbo a Mestalla. Veinticinco años después, la historia continúa.

 

Paco Lloret

Periodista

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