Entre libros y canallas

Me gustan las casas vividas, esas en las que entras y notas que cada espacio tiene su porqué y que el diseño no debe ir nunca en contra del bienestar y confort de quien la habita. No concibo las alfombras que no se pueden pisar, detesto tener que quitarme los zapatos a la entrada para no ensuciar el parqué, las fundas en sillones y sofás, las paredes sin cuadros y las estanterías con libros ordenados por tamaños o colores. Me gusta el orden y tener las cosas en su sitio pero sin manías y entendiendo que un poco de caos hace la vida más divertida -llegados a este punto, los espacios ocupados por mi hijo deben ser divertidísimos-. Desayunar mirando el jardín o poderte dormir contemplando el cielo son pequeños placeres de ésos que te hacen empezar la jornada con energía u olvidar los sinsabores del día.

Me gusta mi casa, sí, pero me gustaría mucho más si tuviese más espacio para mi música, nuestros -gusto compartido por todos- libros y cien armarios más para ropa… Como todo en la vida, nada es perfecto.

Suelo tener dos o tres libros junto a la cama porque me gusta leer varios a la vez y luego, en la parte baja de la mesita, varios de ésos que nunca te molesta disfrutar una y otra vez cuando no tienes nada nuevo entre manos… El libro de cuentos de Roberto “El Negro” Fontanarrosa es uno de los que tiene sitio fijo entre los intocables.

Descubrí a Fontanarrosa hace años gracias a mi amigo Gustavo -Gus, te echo de menos- y enseguida me di cuenta que, dentro de su estilo, era uno de esos genios que de cuándo en cuándo aparecen por la vida de uno. Sus historias futbolísticas son todo un compendio de sabiduría, humor y enseñanza de vida. Además “El Negro” era un fanático de Rosario Central, un canalla, como yo lo soy desde que apareció D. Mario Alberto Kempes en mi vida. Para quien no conozca a Fontanarrosa y ame el fútbol, recomiendo que ya salga corriendo a buscar un ejemplar de “19 de septiembre de 1.971” y se regodee con párrafos tan sublimes como éste:

“¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos: «¡Qué importa!» ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo esa, hermano! Yo elijo esa.”

Pues bien, anoche, después de ver a mi equipo naufragar una vez más, me senté en mi sillón favorito -trendy, gigante, de cuero y cómodo que te mueres- a disfrutar, por desgracia mi equipo ya no me transmite ni necesidad de alivio de luto, con el maestro que, una vez más, me pegó un pescozón recordándome que hay sentimientos que deben ser inquebrantables y que, por encima de todo, quien siente unos colores ha de saber priorizar las vivencias y los momentos inmarcesibles a los estados de ánimo pasajeros.

“Muy maula debe ser un hincha si sólo va a la cancha cuando la mano viene exitosa. Muy mezquino tiene que ser su proclamado sentimiento si solamente se hace presente cuando se gana. De todos modos, señores, un hincha conformista no es un hincha. Y por eso, más allá de la comprensión ante un plantel modesto, más acá de la atracción del pibe de la Cuarta que debuta en Primera, a veces los descarnados versos invitan a otra rima. “Aunque ganes o pierdas/ no me importa una mierda/ Pero siendo sincero/ es mejor que ganemos/ es mejor que ga-ne-mos”.

Cuando leí este párrafo, pensé que también Pizzi fue ‘canalla’ y que a Rosario se le llama ‘La Academia’ y comprendí que el Negro Fontanarrosa estaba jugando con mis filias y fobias y poniéndome a prueba, haciéndome ver que cuando se habla de pasiones, hay que tener paciencia pues lo mejor está siempre por llegar…

Tiempo habrá más adelante para hablar del proceso de venta y de todo lo que ha sucedido a nivel social en los últimos ocho meses; ahora se impone la prudencia, la cautela y la emoción contenida. Aparentemente pronto tendremos un nuevo escenario en el que espero que la paciencia va a recompensarnos con la recuperación de unos sentimientos de pertenencia y recuerdos, lejanos y no tanto, que parecían definitivamente perdidos. Ahora bien, espero que sea con el espíritu del “Matador” y no con el de otros canallas -futbolísticos, figurantes e institucionales- que han expoliado nuestro club en los últimos quince años.

Como decía el Negro: «El camino al cielo podría ser más corto, pero sería más empinado».

 

Santi Fernández (@santifernandezg)

 

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