La conexión británica de José Veiga

Con la alegría propia de poder disfrutar de unos merecidos días de vacaciones, rompí esa hucha que había gobernado mi habitación durante meses y en la que poco a poco había podido reunir el dinero necesario para un preciado viaje por Europa. El calor se apoderaba vorazmente de mi cuerpo cada minuto que pasaba y decidí poner rumbo a una pequeña y humilde agencia de viajes que apenas lucía en las calles del centro de la ciudad.

Su dueña era una mujer mayor y muy amable. Aurora conocía cada rincón de nuestro planeta como nadie. En las paredes del establecimiento abundaban fotografías de los más bellos y pintorescos paisajes, normalmente alejados de la tradición y de los estereotipos. No seréis  capaces de encontrar la Torre Eiffel ni la Fontana di Trevi entre los retratos que aguarda y exhibe con orgullo, pero os aseguro que os enamoraréis de cada paisaje, de cada avenida y de cada recodo que cuelga de los ya desgastados tabiques de la agencia. Le describí, entre una anécdota y otra, el lugar en el que me gustaría perderme durante una semana.

Después de manifestarle un elenco de deseos, de su boca emanó un nombre con rapidez: Harrogate. Una ciudad perteneciente al condado de North Yorkshire y que albergaba algunas de las fuentes más bellas y pictóricas del viejo continente. Inglaterra siempre es un destino acertado, más si cabe cuando se trata de disfrutar de unos días de absoluta relajación. El verde y el agua se apoderarían de mí durante siete días. Podría pasear por sus calles adoquinadas, intercambiar experiencias e historietas con sus habitantes y disfrutar de su algo más elaborada gastronomía.

Por supuesto, después de contratar el viaje y atar todos los cabos del vuelo y la estancia, no dudé en preguntarle a Aurora por la afición al fútbol de los ciudadanos de Harrogate. Aunque suene extraño, además de ser una auténtica trotamundos, Aurora era una fanática del deporte rey. Aficionada del Levante, le encantaba cada domingo enfundarse su elástica, preparar su tradicional empanada de bonito y encaminarse al Ciutat de València para animar a los suyos. Treinta y cuatro años como abonada incondicional le permitían evocar innumerables recuerdos y marcar en su memoria nombres y apellidos de muchos jugadores.

Me contó que en Harrogate el fútbol se vivía a nivel semi-profesional, pero que entre los hombres que formaron parte del plantel el pasado año, uno de ellos destacaba por encima del resto. Trató de darme alguna pista sobre la identidad del jugador y, después de unos minutos de intriga y debate, pude averiguar de quién se trataba.

José Veiga, guardameta titular e icónico del Levante desde 1998 hasta 2002, había vivido su última experiencia como futbolista en la tranquila región británica de Harrogate. Internacional en trece ocasiones con Cabo Verde, pese a nacer en Lisboa, el arquero pronto se enroló en la cantera de uno de los equipos punteros de la capital lusa: el Benfica. Dos años con sendas cesiones al Alverca ante la falta de oportunidades en Las Águilas precedieron a su llegada al Levante UD.

El equipo, por aquel entonces, militaba en Segunda División B. Veiga se convirtió en una pieza clave para lograr el tan ansiado ascenso a la categoría de plata y ayudar al equipo a mantenerse en Segunda División durante los dos años y medio restantes que permaneció en la disciplina azulgrana. Ciento treinta participaciones y el amor y el cariño de una grada que vio cómo con su determinación bajo palos y con, también sea dicho, alguna que otra excéntrica actuación, el equipo crecía poco a poco. Aurora le recordaba con alguna que otra lágrima en los ojos. Fueron unos años muy especiales. Un auténtico líder que en enero de 2002 puso rumbo a Valladolid de una manera sorprendente tanto para el jugador, quien negó que su relación en los últimos seis meses con el entonces técnico Pep Balaguer fuera diferente, como para la hinchada. Se produjo un intercambio de cesiones que involucró al propio Veiga, quien no llegó ni a debutar con el conjunto blanquivioleta, y al recientemente fallecido portero vasco Jon Ander López.

Tras una temporada para olvidar, José decidió volver a Portugal y se incorporó a las filas del Estrela da Amadora. Defendió durante noventa y dos envites el escudo de la escuadra tricolor. Además, en el curso 2003/2004, disfrutó de su única experiencia en la máxima categoría del fútbol portugués. Pese a terminar en última posición el campeonato y retomar con rapidez el camino de vuelta a la división de plata, Veiga se mantuvo un año más en el plantel del conjunto lisboeta antes de firmar un contrato de doce meses con el Olhanense.

En el mes de junio de 2006, con apenas treinta años, el portero decidió hacer las maletas y trasladarse a Inglaterra. Tras diversas pruebas con diferentes equipos de poco o escaso nivel, Veiga se decantó por el Tamworth, combinado de la Conference Premier, máxima categoría de la Football Conference inglesa (nivel semi-profesional). Una ciudad, como bien recordaba mi amiga de tez inquieta y pelo canoso, repleta de una extraña mezcla de magia y paz. Un castillo imponente levantado con grandeza en el medievo y las aguas del río Tame bañando los sueños de sus ciudadanos.

Pese a vivir un nuevo descenso, Veiga fue nombrado jugador del año de la modesta entidad y amplió su vinculación un curso más. Una dislocación de hombro durante un entrenamiento y la progresiva falta de confianza del preparador Gary Mills le hicieron despedirse del club. Tras una brevísima experiencia con motivo de urgencia en el Hereford United de la League One (un solo partido en el que salió derrotado por dos goles a cuatro), se produjo su aterrizaje en Macclesfield. José formó parte del equipo durante tres temporadas (2009-2012), en las que intervino en un total de ochenta partidos.

El último tren de su carrera deportiva hizo su parada definitiva en Harrogate. Un curso inolvidable para el luso y que apunta al final de una dilatada y, por momentos, extraña carrera deportiva. La moderna estación de trenes contrasta con lo que uno puede esperar, pero pronto puedes sumergirte en una noche que cae paso a paso, lentamente, pero con firmeza y tesón. Mientras, me encamino hacia mi hotel, deshago la maleta con celeridad y me preparo para la hora del té. Una vez más, Aurora, has vuelto a acertar.

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