La gratitud y el futbolista

Tras la tempestad llega la calma. Tras la revuelta y el fanatismo, la cordura. Tras el personalismo y el egoísmo, la lógica. Tras el Salvogate, el CalmaMartínez. Dos talantes, dos versiones, una misma solución. A partir de ahora luz y taquígrafos. Calmado el valencianismo, calmadas las fieras. No todas, eso sí: todavía demasiada gente está en su personal lucha, personal y quizá económica. Ellos verán. La lectura final o principal es que el máximo acreedor del Valencia valora la proposición como «una buena noticia» en un comunicado y asegura estar «muy satisfecho» porque se haya alcanzado el consenso. Todos felices.

Esta nebulosa, esta tensión, esta parafernalia ha tapado cosas importantes. Podría hablarles de las marchas, de los fichajes, de la mala o pésima planificación, de las dudas que genera el proyecto deportivo, de la sinrazón de los planteamientos. Pero hoy voy a hablarles de la gratitud.

Estamos en una sociedad que agradece poco o nada las cosas. Todos parecemos obligados a cumplir una serie de requisitos y, el día que no lo hacemos, nos convertimos en los malos. El fútbol es quizá uno de los mundos mas egoístas que conozco. El futbolista pasa de besarse el escudo a marchar ante la mínima negación, ante el mínimo problema.

Llevo días intentando entender a Sergio Canales y lo siento, pero no lo consigo. Canales es como el enfermo casi terminal que acude a un médico de confianza quien, tras mucho trabajo, le salva de una muerte segura. Y que, como agradecimiento, le denuncia porque le ha obligado a pagar los medicamentos usados en el proceso.

Canales como futbolista prometía mucho. Quizá menos de lo que nos vendían desde Madrid y quizá más de lo que nos encontramos después. Pero el chico no tuvo suerte y se rompió. Así y todo, en una arriesgada apuesta, el Valencia creyó en él. Era muy complicado, pero una operación valiente.

El chico empezó a ver la luz y el valencianismo en cuentagotas a ilusionarse. Pero un día no apareció en un lista y llegó la tragedia. Triste. Decepcionado. Dolido en su orgullo de estrella, fugaz eso sí, pidió salir.

Y desde ese momento desapareció de mi mundo. Punto. La desecación puede con el enfado. La burla con el orgullo. Y el personalismo con el conjunto.

Y ese es el problema del Valencia, o uno de ellos: el “yo”. A todos les importa un pimiento la entidad, la afición, el equipo. Es un grupo de egos en el que el fin justifica los medios sólo si yo salgo ganando. Es un equipo sin alma y sin virtudes, abandonado y sin amor propio.

El momento es malo y es un momento de implicación. En mi equipo siempre jugará Piatti, sea bueno o malo, pero nunca Canales. No merece ese escudo ni el cariño de todos ustedes. Se vaya o se quede.

 

Carlos Egea (@cegeavivo)

Periodista NOU Radio

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