La lucha por la aceptación de la diversidad funcional

«¡Siempre me hacen las entrevistas en la piscina!» Anna Ortiz (Alginet, 9 de octubre de 1990) no se corta un pelo a la hora de citar a VLC NEWS fuera de su hábitat natural. Le apetece cambiar, contar su historia en un entorno diferente. Puede que la natación le haya dado algunas de las mayores alegrías de su vida, pero conforme pasan los años esta joven valora cada vez más todo lo que no guarda relación con dar brazadas en una piscina. El gozo de poder tomar un café tranquilamente mientras charla con sus amigas en la plaza de Alginet en pleno puente de la Constitución es una sensación casi tan agradable como subirse a un podio.

Inicios en la piscina

Se sirve el almuerzo mientras Anna echa la vista atrás y ubica a su padre como instigador principal de su pasión por el agua. «Tenía año y medio y mi padre me tiraba a la piscina como si nada», recuerda. Anna nació antes de tiempo y la consecuencia fue una parálisis cerebral infantil, que los médicos recomendaron combatir con trabajo en la piscina. Y casi sin percatarse, las piezas encajaron. «Descubrió que tenía aptitudes para competir y a los siete años empecé a hacerlo hasta el día de hoy, y espero que durante muchos años más», señala. Eso sí, aquella mañana los nervios y la bisoñez le traicionaron: «Me hundí hacia abajo, ¡no se cómo lo hice!»

Su palmarés es impresionante, muy destacado para tratarse de una deportista de tan sólo 23 años. Aunque ella mantiene los pies en la tierra y alude a los éxitos de compañeros y amigos como Ricardo Ten -uno de sus referentes dentro y fuera del agua- para relativizar los títulos obtenidos, el hecho de ser la gran dominadora en nuestro país de los 50 metros braza y alzarse con el título de la modalidad en los Europeos de 2011 la convierten en una de las jóvenes promesas –realidades, más bien- de la natación patria.

En 2011 conquistó el metal europeo más preciado en una jornada inolvidable, pero uno de sus grandes objetivos -los Juegos Paralímpicos de 2012 en Londres- se le escapó entre los dedos: «Fue por mi culpa. Pagué la novatada y me quedé a las puertas, pero aprendí la lección porque de todo se aprende. Lo más importante es no obsesionarse con conseguir la marca, si entrenas bien a diario el resultado se verá en la competición», comenta de forma lacónica.

Le gusta resaltar que la natación «no es un deporte individual, sino colectivo» en el que participan su familia, sus amigos, sus entrenadores… Recuerda con cariño aquel oro en Berlín cosechado en 2011, cuando buscó a los nadadores Ricardo Ten -con quien comparte entrenamientos en la Piscina Campanar-, Vicente Gil, Jose Antonio Marí y a su entrenador Vicente Puig para que fueran los primeros en abrazarla. Luego buscó a sus padres en la grada: «Cuando crucé la pasarela, fue el mejor momento que recuerdo», rememora, «¡aunque al acabar la prueba ni siquiera sabía que había ganado!»

Horas después, conquistaría el bronce en la prueba de relevos con el combinado nacional. Eso sí, Anna puntualiza que ella «sería incapaz de llorar» encima de un podio. Demasiadas emociones juntas. Tocar el cielo en Alemania tiene, desde luego, mucho más ‘glamour’ que hacerlo en Córdoba, máxime si la piscina en la que compites es un auténtico cubo de hielo. «El agua estaba diez grados por debajo de lo recomendable y, por culpa de la parálisis, no sentía las piernas», confiesa Anna respecto al campeonato de España Absoluto Open por Clubes de Natación Paralímpica del pasado mes de junio. Y pese a la adversidad, hubo premio: dos oros y dos platas regresaron con ella a Alginet.

«Diversidad funcional»: la batalla de Anna contra los prejuicios

«Es una cabezota». Pilar y Carla nos acompañan en la charla. Ambas conocen al dedillo a Anna, sus motivaciones, su manera de pensar, su obcecación por intentar cambiar las cosas desde dentro. La valenciana estudia Periodismo en la Universitat de València y le gustaría dedicarse a ello «en un futuro, cuando la natación no me motive». Estos días pule su estilo en una agencia de comunicación de la capital del Turia mientras cumple como un reloj con sus obligaciones universitarias. No se sabe bien el sortilegio que emplea, pero la chica tiene tiempo para todo.

«De pequeña me inculcaron en mi familia real y mi familia deportiva, que es la piscina de Campanar, que el deporte no me daría de comer pero los estudios sí. No voy a ser ni Cristiano Ronaldo ni Fernando Alonso, en nuestro país manda el fútbol. Llevo toda la vida compaginando estudios y deporte, lo veo como algo normal». Anna tiene muy claro cuál será uno de sus objetivos cuando obtenga la Licenciatura de Periodismo: ayudar, desde dentro de los medios, a que la ciudadanía regularice y normalice el trato hacia gente que padece problemas similares al que tiene ella.

«Los medios tienen la mala costumbre de pensar que una persona ‘rota’ no vende porque es discapacitada. La gente lo interpreta como tener menos capacidad que otra persona. ¿Una persona sería capaz de hacer un Iron Man? ¿No? Entonces también es discapacitado», reflexiona. Desde luego, su argumento está bien construido. Sin embargo, a Anna le molesta, además del fondo, la forma de referirse al colectivo que ella representa.

«Me queman mucho las expresiones como ‘minusválido’, ‘disminuido’, ‘discapacitado’ o ‘tener una tara’. ¡Todos somos iguales! Nadie tiene la capacidad de hacer todo», protesta. El debate se centra en el poco interés que los medios tradicionales tiene para con el deporte paralímpico, no sólo en la Comunitat Valenciana, sino en toda España. Pero, ya que esa batalla parece imposible de ganar a corto plazo, Anna pide al menos un trato equitativo a la hora de usar la terminología adecuada: «Los medios deberían demostrar que una persona con diversidad funcional puede hacer lo mismo que cualquier otra», sentencia.

Proyecto FER: una valoración equitativa

La mañana transcurre soleada mientras vecinos y compañeros saludan a la nadadora en las calles de Alginet. Anna ha regresado a la casa paterna hace escasas fechas debido a los problemas económicos que las instituciones atraviesan: «Me han tocado los recortes y este año no me han concedido la beca para vivir en La Petxina. No hay suficiente dinero», lamenta. El contratiempo ha eliminado de un plumazo el estilo de vida que la nadadora tenía en la capital.

«Allí tenía mi vida, llevaba seis años. No dependía de nadie, tenía a mis amigos, iba sola a la facultad. Echo de menos mi independencia. Me ha afectado en las clases de la facultad y en los entrenamientos», recuerda. Ahora, le aguarda un viaje de una hora, entre ida y vuelta, para poder asistir a la facultad al principio de cada semana, además de haber tenido que renunciar a unas instalaciones específicas y preparadas para la formación de deportistas de élite.

En este sentido, la valenciana no escatima palabras de agradecimiento hacia los promotores del Proyecto FER, cuyo mayor mérito según Anna es equiparar las ayudas económicas de deportistas olímpicos con paralímpicos. «Es un paso más. Una persona no es más especial que otra por ir en una silla o porque ha perdido un brazo. Proyecto FER equipara al deportista olímpico y paralímpico por igual. El resultado no pesa tanto: en otros lugares sí que te exigen marcas o resultados para mantener una beca», recalca.

Las largas sesiones de entrenamiento que la campeona española realiza son equiparables al trabajo de muchos de sus colegas: «El esfuerzo de un olímpico y un paralímpico es el mismo», insiste, «entrenamos lo mismo, y se adapta a nuestra capacidad». La ayuda de esta iniciativa ha permitido a Anna, «entre otras cosas, pagar la gasolina que gastamos en el coche para subir y bajar de Valencia» desde Alginet. En tiempos tan duros como estos, toda ayuda es bienvenida. Y más si, como ocurre en el caso de la iniciativa promovida por la Fundación Trinidad Alfonso, viene acompañada de una estructura tan profesionalizada y de unos compañeros de los que, como reconoce Anna, ha aprendido mucho en los últimos meses.

Tocar madera

Apuramos el café mientras el trío de amigas se levanta de la mesa y recorre de nuevo las calles de Alginet. Nos aventuramos a preguntar a Anna por Río 2016, el gran sueño de cualquier atleta en este momento, pero -como nos avanzaba hace un rato- es poco partidaria de fijarse la cita olímpica como objetivo: «¡Por favor, no me lo preguntéis aún! ¡Quedan tres años!», exclama. «Nadie sabe lo que pasará en ese tiempo, pero hay que centrarse en el día a día, centrarme en el campeonato de España de marzo, las marcas mínimas para el Europeo de 2014… Cuando pase todo eso, ya pensaremos en Río».

Termina el paseo mientras llegamos a casa de Anna. Sus padres, los artífices de una vida dedicada a superar barreras, aguardan en la puerta. Sólo queda realizar la gran pregunta: ¿disfruta Anna Ortíz de este ritmo de vida tan exigente? «Disfruto especialmente cuando acaba un campeonato. Mi familia no me presiona, la única que se autoexige soy yo», nos indica sonriente. Anna inquiere, como buena periodista, sobre el contenido del reportaje. Pregunta, investiga, averigua. Tiene interés, tiene madera. «A ver qué escribís, ¿eh?», dice mientras entra en casa.

La verdad, Anna. Escribimos la verdad. Una que nos inspira a todos a tratar de ser mejores cada día.

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