Mario Kempes, nuestro ‘Ché’

Era la Navidad del 77. Trece años a las espaldas y una gran pasión, el fútbol. Mil partidos, mil goles y un ídolo, quizá el único que he tenido en mi vida: Mario Alberto Kempes Chiodi era el nombre que figuraba en ese argentino pasaporte.

Eran las dos de la tarde y aún recuerdo con dolor aquella maldita broma de uno de mis hermanos. «Oye», comentó, «acaban de decir en la radio que Kempes se va al Barça». Me quedé quieto, pensativo, fastidiado. No podía ser, no era justo. Fueron los treinta segundos mas largos de mi vida, y los más intensos. «Es broma», comentó mas tarde, «¿que día es hoy?» Era 28 de diciembre.

Creo que nunca fue consciente del dolor que supuso para mí esa broma. Ahora, 32 años después, todavía me sigue molestando ese recuerdo y me pregunto por qué.

¿Qué significo para nuestra generación el Matador? ¿Qué supuso para el Valencia y qué supone para su historia?

Llegó en el verano del 76, sin hacer ruido. Sus inicios lo saben todos. Casi sin bajar del avión debutó en un trofeo Valencia Naranja, horrible actuación. Tiró un penalti casi fuera del estadio y no dio pie con bola. Pero su frágil aspecto escondía un enorme futbolista.

Por aquella época, la pregunta era clara: ¿Lobo Diarte o Kempes? Los oportunistas, entre los que me incluyo, decíamos que Diarte; los más pillos preferían a Kempes. En dos meses cambiamos Paraguay por Argentina y encontramos a nuestro particular ‘Ché’.

Kempes representó la libertad, la genialidad, la frescura. Transformó el fútbol aburrido en un pasatiempo apasionante y cambió hasta nuestra forma de ver la vida.

«No diga Kempes, diga gol» fue el slogan de aquella época, pero Mario fue mucho más que un goleador. Los que lo vieron todavía recuerdan sus galopadas, sus faltas, su pasión; los que no tuvieron esa fortuna disfrutan de momentos puntuales aunque nunca conocerán del todo su grandeza.

Describirlo en el campo es interesante porque, en un mismo futbolista futbolista, confluía la verticalidad del Vicente de las dos Ligas, la personalidad de Claramunt, la genialidad de Mijatovic y la picadura de Villa. Todo en uno, como las grandes ofertas. Driblaba, protegía, golpeaba y mandaba como pocos. A balón parado era potente, en carrera habilidoso, en desgaste ejemplar y en mentalidad bárbaro.

Y todo lo hacia con la humildad de los grandes, sin aspavientos. Sus brazos al cielo era el mejor bálsamo contra la monotonía: era un canto a la democracia futbolística.

Con el Valencia tuvo éxitos, aunque debió ganar muchas más cosas pero a todos en ese tiempo nos faltó carácter ganador. Nos conformábamos con disfrutar.

Con su querida Argentina le toco bailar con la necedad política ante un mundo hastiado de dictaduras. Ganó él solo el Mundial y ni eso le reconocieron. Jugó por la patria sabiendo que esa no era su guerra y ganó por el pueblo. El argentino no comía, pero tenía a Kempes. Aun entono muchas veces aquella famosa sintonía televisiva del Mundial 78 que decía: “Argentina, aquí el Mundial”.

Mario no fue más grande porque fue fiel, hasta en eso fue distinto. Pudo ganar mucho dinero, pero optó por ser justo.

Todavía cuando acudo a Mestalla tengo sensaciones de infancia. Esos nervios que te hacen vibrar con el fútbol. Imagino las mangas agarradas con la punta de los dedos, la melena exagerada, la zurda prodigiosa -¡qué grandes son los zurdos buenos!-, y la mirada asesina.

Le conocí como persona y humanicé al mito. De futbolista a persona, de ídolo a amigo. Jamás tuvo un mal gesto, ni un reproche para nadie, siempre cariñoso. Me decía: «Carlitos, no le pegas mal al balón, pero… no eres zurdo». Era tan grande en el césped como fuera de él.

Crecí queriendo ser Marito y madure soñando con sus goles, su larga melena y su formidable zurda. La vida tiene muchas cuentas pendientes con Mario, quizá demasiadas, y el fútbol sólo una: ponerlo a la altura de los más grandes. Eso seria justicia, aunque a él le importe bien poco.

Mi padre siempre me decía lo mismo: «Tu sabes mucho de fútbol, pero no viste jugar a Wilkes». Yo a mi hijo Pablo le diré cuando lo lleve a Mestalla, el viejo o el nuevo: «Tu padre vio jugar al mas grande. Al Matador. A Mario Alberto Kempes».

 

Carlos Egea (@cegeavivo)

*Artículo publicado en la revista The Best Sport

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