«Olvídese usted de ayer»

Nos ha dejado el padre de la España campeona. Don Luis Aragonés. El Sabio de Hortaleza. El hombre de las mil frases para el fútbol patrio. «Ganar, ganar y ganar. Y luego volver a ganar, y ganar, y ganar…», «por detrás, ni el bigote de una gamba», «no te mata la bala, te mata la velocidad de la bala»

Mil y una frases. Mil y una historias de un personaje singular. Con su carácter. Con su genio (¡vaya si lo tenía!), pero un personaje con un magnetismo especial. Te hacía comprender a la primera el porqué era capaz de ganarse a un colectivo tan caprichoso como los futbolistas.

Pero esa personalidad le hacía ser distinto. Luis tuvo los santos redaños de partir de cero en la selección tras fracasar en el Mundial de Alemania 2006. Y se convirtió en hereje nacional cuando le dijo a Raúl González Blanco que su época en la selección había finalizado. Le dijeron poquito, bueno y continuado. Pero ahí comenzó a labrarse la España de las dos Eurocopas y el Mundial.

No soy quizá el más indicado para glosar sobre la figura de Luis Aragonés. Seguro que Pedro Cortés tiene para escribir uno o dos libros de vivencias junto al madrileño. Pero si guardo alguna de su época en Valencia cuando un servidor era joven, inconsciente, comenzaba en esta profesión y, si no lo digo, reviento. lucía pelazo.

La más impactante fue a mediados de la temporada 95-96, en la que casi hace campeón al Valencia el año del doblete de «su» Atlético de Madrid. Recuerdo que aquel excéntrico brasileño que tenía el Valencia, Viola, comenzó no entrando en los planes de Luis. Una mañana en un entrenamiento, el brasileño hizo un gol de chilena estratosférico.

Mi comentario -estaba yo siguiendo el entrenamiento a pie de campo, ya que entonces se podía- fue: «¡Vaya golazo! ¿Y este tío porqué no hará esas cosas en los partidos?» Luis lo oyó y salió hacia mi como una flecha. «¡La culpa es de ustedes! ¡Le critican y no le dejan en paz!», exclamó. Todo ello a voz en grito y a un palmo de mi cara. Les puedo asegurar que impresionaba, y mucho. Pero como ya he dicho antes que uno era joven e inconsciente se me ocurrió contestarle: «Ni yo hago los onces, ni le dejo en el banquillo. A mi que me cuenta…».

Ahí Luis se calentó como una tea y comenzamos a decirnos de todo. El rifirrafe salió reflejado incluso en algún periodico, como el ya extinto Diario 16.

Así que, para no empeorar las cosas, decidí quitarle hierro e irme a hablar con él antes de la rueda de prensa que iba a dar previa al partido. Le paré en el pasillo de la entonces sala de prensa en Paterna. «¡Míster! ¿Tiene un minuto?» Luis paró y me preguntó: «¿Qué quiere?» Fui directo al tema: «Mire con respecto a lo de ayer…». Luis me miró por encima de sus gafas y demostró que dominaba el escenario del fútbol como nadie. Estaba frente a un novel que le estaba presentando excusas, cuando para él eso no era ni conato de preocupación. «Bah, olvídese de ayer, hombre. No pierda ni medio segundo, de verdad», y entró a la sala de prensa dejando al novato con cara de eso y con una importante lección aprendida.

Luis, por defender de los suyos, montaba la que hiciera falta. El interlocutor para él era secundario. Por eso sus jugadores lo adoraban. Sabían que iba a exigir, pero que siempre iba a estar ahí.

Hay otras anécdotas, de vestuario, sensacionales en aquella temporada. Como la del día que Viola llegó con el pelo cortado a franjas a Paterna -había prometido a la gente de Superdeporte hacerse la senyera en el pelo si el Valencia ganaba la liga-. Al verlo Luis, su reacción fue inmediata: «¡¡¡Viola!!!! ¡Es usted un ‘quinqui’! Mi hijo tiene su edad y, si llega con el pelo así a casa, ¡de un guantazo lo visto de torero!» Viola se quedo seco. Impresionado por la que le acababa de caer. Y Luis que ya había iniciado el camino hacia su despacho, frenó, giró en seco y añadió: «Pero eso sí, me suda la p***a: mientras marque goles, va a seguir jugando». Luis en su más pura esencia.

No me puedo dejar la de aquel descanso, jugándose media liga con el Depor y con 0-1. En la caseta, y ante el resto del equipo fue cara a Mijátovic y le dijo «¿Y usted es la estrella de este equipo? ¡Usted es una m****a! ¡Apañados estamos si dependemos de usted!». Silencio sepulcral en el vestidor tras el broncazo. Cuando el equipo enfilaba el túnel de vestuarios, Luis se quedo a un ladito. Cogió a Pedja por el brazo a punto de salir y le dijo: «Mire, usted ¡Si alguien puede sacar esto adelante es usted! ¡Tire del carro, que dependemos de su calidad!» La motivación surgió efecto. Dos goles de Mijatovis sirvieron para remontar el partido y seguir optando a la Liga.

Acabo con la previa de la última jornada. Subió un futbolista a la charla y vió que podían ganar la liga con un once a base de Otero, Romero, Engonga, Poyatos, Jose Ignacio… El futbolista ya era veterano. Se quedó mirando a Luis y le dijo «Míster, ¿mire que si con este equipo ganamos la liga?» A lo que Luis, tras girarse y ver la pizarra, respondió: «Oiga, si con este equipo ganamos la liga… ¡Me retiro!».

Lamentablemente para el Valencia, aquella liga se marchó al Manzanares. Gracias a Dios para España, Luis siguió su carrera de entrenador y se inventó la gloria para un país que durante muchos años, y en materia de fútbol, siempre pensó que sobre el papel era el número uno.

La diferencia es que Luis supo demostrarlo.

Descanse en paz, Don Luis Aragonés

 

Manolo Montalt (@ManoloMontalt)

Director de la Taula Esportiva (NOU Radio)

 

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