Romeu, el hoplita amaestrado

De Tarragona, no de Esparta. Con una efigie más propia del reparto de ‘300’ que de jugador contrapeso, se cuela por la ventana el complemento a la medular que tanto codiciaba la plebe valencianista. 

Así llega Romeu, mediocentro defensivo puro, sin perífrasis ni eufemismos. Variante del clásico jugón made in La Masía -encadenado al ulterior estereotipo del toque triangular-, descuella un mestizaje que armoniza el insigne cuño culé y el aliño de una capacidad física por encima de la media.

El híbrido resultante es un jugador con aptitudes preponderantemente defensivas, aseado en labores de contención y recuperación de balón, muy disciplinado tácticamente, avispado en la lectura del partido, poco licencioso -pero inteligente- a la hora de mover la pelota, caballo ganador por alto y lidiador en el cuerpo a cuerpo. Es más un medio posicional garante del hábitat para su cortejo mediocampista que emprendedor del juego. Cometido este último que, siempre y cuando el mesiánico Miroslav dé continuidad al sistema nodriza que bien fraguó Valverde, corresponderá al constructor Parejo y al arquitecto Banega.

Aterrizado con planta de comerse Mestalla, Oriol desenfunda liberado la ilusión de un chaval de 21 años, cuya gazuza cercenada por una importuna lesión y carestía de protagonismo en Londres le han conferido otra coyuntura en la élite europea. Firme compromiso y agradecimiento al Valencia destila el catalán, sabedor del nuevo escenario y desafío en su carrera deportiva para restituir su estatus futbolístico.

El descaro a la hora de autoproclamarse sin pestañear nuevo portador del ‘6’ -con lo que ello conlleva entre la masa valencianista- refleja la lozanía de un joven con arrestos que no se detiene en circunstancias superfluas, que posa impertérrito ante el reto de ocupar el vacío de un mito como Albelda, asumiendo desde el minuto cero su rol líder en el centro del campo. No obstante, ello no le concede un hueco en el once por decreto, sino que deberá pelear con Javi Fuego -otro gran pivote defensivo- por un puesto que la juiciosa meritocracia del serbio irá otorgando.

De entre los cromosomas que conforman su ADN, uno de ellos -el par que define el carácter- rescata ese rasgo aspérrimo que tanto gusta por la capital del Turia y tan buen recuerdo guardan las retinas de todo aficionado che.

De esta manera se logra atestar una demarcación que, tras muchos años, dispondrá de dos guardianes con autonomía suficiente para afrontar una temporada regular de más de 50 partidos.

Djukic ya tiene en sus filas a un futbolista de raza, y éste sabe cuál es su oficio: «¡Amunt, Amunt, Amunt!»

 

Mario Selma (@vcf_blog)

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