«¿Y nosotros que ‘carajo’ hacemos aquí?»

Algo así me imagino que se les vendría a la cabeza a los dos aficionados valencianistas que acudieron al Benito Villamarín, dos islotes en medio de una enorme grada vacía, con la única compañía de una bandera del Valencia CF y de una Senyera, simples objetos con los que taparse ante el penoso espectáculo que les ofreció el equipo de su corazón. Solos en un estadio donde se dieron cita más de 40.000 almas.

Porque estos dos aficionados, como cualquier seguidor ‘ché’ en otro rincón del mundo, se quedaron perplejos ante lo que vieron de su equipo, tristes y desolados con la única compañía de sus dos banderas y cientos de asientos vacíos a su alrededor. No era la noche del Valencia, y muy pronto ellos se dieron cuenta que su jornada en Sevilla también iba a derivar en noche de terror.

¿Dónde estaba el cacareado cambio de actitud del equipo, esa motivación con la que  se afrontaba la visita al equipo verdiblanco? ¿Y por qué los cambios que exigía todo el mundo provocaron un desastre aún mayor que el de Cornellà, en un equipo sin chispa ni capacidad competitiva?

Son sólo algunas de las preguntas que acecharon la mente de dos pálidas siluetas en el desastre del Villamarín. Ahora, el que todavía tiene que hacerse más preguntas es un Miroslav Djukic al que comienza a agotársele el crédito. Tres derrotas en cuatro jornadas son muchas, pero la imagen es aún peor, algo a lo que ha contribuyó una plantilla que no le responde.

Mathieu y Bernat pedían a gritos entrar en la titularidad, pero su actuación no la justificó, Oriol y Parejo fueron unas ‘madres’ ante la presión del Betis: ni rascaron abajo ni generaron fútbol, desesperando por momentos a un Banega que no evoluciona, no va a más. Y el quinto cambio en el once inicial fue Jonas, desasistido durante toda la noche. Una madrugada de cuchillos largos, donde ni tan siquiera la vuelta a Sevilla de Pabón, incisivo y de los que más peligro generó, pudo arreglar la situación.

Pero eso es lo que se vio sobre el césped, desorden, apatía por momentos e incapacidad para sobreponerse a cualquier dificultad, que la sensación de mayor desánimo  en el club se vivió en las entrañas del estadio verdiblanco. Mucha tristeza, cada uno en un rincón y varias charlas de esas con jugo, como la que tuvo lugar al final del encuentro.

Los altos cargos del Valencia diseccionaron lo ocurrido durante los 90 minutos, la mala trayectoria que empeora con el paso de los partidos. Caras largas y gestos de mucha impotencia tras una nueva humillación. Ni los propios jugadores, cenando pizzas en el autobús, demostraban tener muy claro qué es lo que está pasando, una falta de liderazgo sobre el campo que Djukic no está sabiendo solucionar.

Promete ser una noche de mucha reflexión para todos, jugadores y directivos, con el presidente Amadeo Salvo a la cabeza. El máximo mandatario valencianista se marchó sólo y apesadumbrado del Benito Villamarín, sin encontrar una explicación razonable al desastroso comienzo de temporada. Salvo se ha quedado en la ciudad andaluza por motivos profesionales, y la jornada de este lunes alejado de la capital del Turia será un alivio para un hombre que interioriza mucho cada derrota del club.

Sólo las victorias en los días venideros podrán cambiar las vibraciones tan negativas que desprende un Valencia que no es que haya repetido lo de Cornellà, sino que lo ha empeorado. Noche difícil para ser valencianista, pero sobre todo para un técnico serbio que se va a dormir sin tener del todo claro cómo hacer funcionar a sus muchachos. No hay nada peor cuando un equipo pierde, que los empleados y aficionados del club que gana pregunten extrañados a los periodistas sobre el ridículo.

Bueno, si hay algo peor: no saber que contestar.

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