Todos los que pensaban que el punto de vista de Artur Mas y su partido respecto a la independencia de Cataluña era una postura de fuerza para conseguir una mejor relación económica con el Estado, desde ayer se han quedado huérfanos de argumentos. Una vez dado el paso que ha dado el parlamento catalán (la admisión a trámite de una propuesta para la discusión del inicio de la creación de un estado independiente catalán) parece improbable la marcha atrás. La ciudadanía atónita ante lo que se podría catalogar del fracaso más sonoro de la clase política española. Porque con Cataluña se ha hecho mucha demagogia, los unos y los otros, y en vez de buscar soluciones a una innegable pulsión de los catalanes, se ha utilizado como un argumento más en el fragor político para la búsqueda de votos. El momento escogido, a la puerta de las generales del 20D y con un parlamento español disuelto, parece que busca la confrontación directa. Tal vez, hayan influido los informativos abriendo con la operación sobre corrupción en el partido de Mas, operación mediática con la que se pretende, a todas luces, tirar un manto de corrupción, de ilegalidad en definitiva, sobre la posición por ende, de todo el independentismo catalán. Esa es la respuesta del Estado: más confrontación. ¿Pero qué González, Aznar o Zapatero no sabían de esto cuando pactaban con CiU?, pues bien que Maragall les dio una pista… Y lo que más duele es que todo esto se podía haber evitado con diálogo. Recuerden los años duros de la violencia terrorista, cuando se le decía a un sector al independentismo vasco que con terrorismo no se podía negociar nada. Pero atendiendo a los hechos, podemos concluir que con violencia o sin esta, hay temas que el Estado no quiere debatir.
Por hacer un poco de memoria, recordemos que en el siglo XV se produce una unión de las coronas de España, pero no una unión de las diferentes naciones sobre las que reinaban. Esa unión legislativa finalmente se produce por la fuerza de las armas en el siglo XVIII, ya saben “por justo derecho de conquista”, a sangre y fuego y con una represión brutal. Recordemos que una vez perdidos los fueros como castigo hacia los valencianos por haber apoyado a nuestro último rey legítimo –Carlos III, el famoso archiduque que sí juró nuestros leyes y fue coronado rey del Reino de Valencia- cuando mandamos unos negociadores para tratar de que el primer Borbón, Felipe V, reconsiderara su postura, a lo Juego de tronos, la respuesta de ese vil monarca fue devolver sus cuerpos decapitados. Desde entonces, pocas ganas nos quedaron de reclamar lo arrebatado. En el resto de reinos y territorios españoles el proceso fue parecido y no es hasta la II República que de nuevo se avanza hacia el reconocimiento de la pluralidad española; ya saben que el golpe de estado de Franco abortó ese proceso y lo sumió en el silencio hasta la Transición. En aquel tiempo, los partidos centralistas españoles (fundamentalmente PSOE y UCD) frenaron cualquier reivindicación y se encontraron que algunos como los vascos no votaron la Constitución del 78. Y desde ese tiempo hasta ahora, de nuevo el no rotundo por respuesta. Pero no crean que solo los ciudadanos españoles de la periferia tenemos estos agravios en el recuerdo, hay gentes de otras CCAA que también creen que el trato dispensado para aliviar tensiones no ha sido el mejor, si no todo lo contrario.
Y al final, fracaso generalizado. Fracaso porque cuando España se podía presentar ante el mundo como el estado de la multiculturalidad, de la multipersonalidad, se pretende que las leyes acallen aquello que no es materia de corte judicial, si no de sentimientos. Porque lo emotivo ha sido arrinconado siempre, y ante la queja, en vez de amor, palo, es decir, fracaso.