Bravo, doña Gabriela

PP valenciano: del feudo a la desaparición

¿Cómo puede desaparecer un partido después de ganar unas elecciones? Es evidente que la mayoría del pueblo valenciano pidió un cambio de tendencia en el gobierno de la Generalitat y lo hizo a sabiendas de que, tras 20 años de gobierno, algo no pintaba bien con la poca transparencia del anterior Consell y la ya larga lista de imputados entre las filas del PPCV. Pero, caso tras caso, todos apuntando en una misma dirección, ha quedado desligitimada la capacidad de oposición del PP valenciano frente a cualquier posible comportamiento incorrecto del nuevo gobierno. Cualquier maniobra con visos de ser corrupta, tendrá difícil superar los 3%, los grandes eventos fallidos, los millones en obras a dedo sin licitar, el timo de las instituciones feriales. Todo lo antes conocido y lo que podrá suceder es pecata minuta con lo que estamos conociendo y lo que queda por salir.

Si la forma de llevar a cabo el comisionismo en estado puro fue muy poco respetuosa con los ciudadanos de la Comunitat Valenciana, alardeando de fortunas que no se amasan con un sueldo de concejal o delegado en Diputación; la forma de proceder, tras las últimas novedades, deja demasiado claro que en la cúpula del PP valenciano circulaba el síndrome de la abuela Lucía, que ni hablaba, ni veía, ni oía. Algo así como lo que ocurría en Génova con la contabilidad «B», que todos sabemos que no lleva esa letra por la inicial de Bárcenas, como dijo Soriano haciendo gala de su brillantez, mientras Rajoy le envíaba mensajes de ánimo al extesorero.

La bola se ha hecho tan grande que pocas primeras espadas del PPCV están libres de no convertirse en susceptibles de ser imputadas. Además, solo con el grado de responsabilidad política y la complicidad en los hechos, ya deberían dimitir o ser cesados todos los que formaron parte de esos años dorados del Palau de Les Arts, la Fórmula 1, la American´s Cup, Terra Mítica, etc.

La refundación podría ser una vía. La desaparición indica la desesperación tras descubrirse el pastel. El más grande jamás conocido en democracia, parece ser.

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