Bravo, doña Gabriela

Vergüenza

Quizás sea un sentimiento victorioso el que hayan experimentado algunos esta noche. Sin embargo, casi es lástima lo que sentimos al ver a personas que un día jugaron a ser alguien y se creyeron intocables. Vivieron como Dios, la verdad sea dicha, pero se vendieron sin creer su condición de cabezas de turco de otros, infinitamente más poderosos que ellos: los grandes corruptores, aquellos que, salvo excepciones, no aparecerán en titulares de prensa, pero son los principales beneficiados de este tipo de tramas. Vergüenza.

Ayer, se detuvo a una buena parte de los que viajaban en Ferrari, recibían dinero de manera ilegal, expoliaban la administración y se creían intocables. Esa creencia la demostraban en su comportamiento, no se ocultaban, parecían orgullosos de su condición de mangarrianes, corruptos de barriobajo, la expresión de lo que nadie quiere nunca ser. Unos auténticos ‘yonkis del dinero’. Vergüenza.

No todos los detenidos ayer cumplían con esta forma de vida a rajatabla, falta probar la culpabilidad de muchos, pero de otros no nos cabe la menor duda de que, en mayor o menor medida, jugaron sucio. Ya se demostrará, a la vez que otros tantos se van de rositas, a pesar de todo, y coparán las portadas de diarios e informativos luciendo la tonificada arquitectura de su brazo incorrupto. Vergüenza.

Sea como sea, dejemos que la justicia actúe y esperemos que lo haga de manera contundente con los que lo merezcan. Pero tenemos tantas cosas por delante, tantos caminos que recorrer, que no podemos desviar la atención de los temas importantes. No creemos nuestra propia cortina de humo, que sea aprovechada por aquellos que nos llevan desligitimando demasiado tiempo como pueblo. Hay que seguir denunciando tantos de casos de corrupción como desvelen los documentos de los cajones y fiscalizando a los nuevos gobierno para que no pueda volver a ocurrir. Debemos actualizar las leyes para imposibilitar estas malas prácticas. Pero no nos olvidemos de la financiación. No nos olvidemos del drama que viven los parados de la construcción. No nos olvidemos de nuestros agricultores, ni de nuestros pescadores. No nos olvidemos de aquello que queremos ser. Sin tapujos, ni tabús, ni vergüenza.

Porque de recuperar ese orgullo valenciano depende que volvamos a poder levantar la cabeza, cada vez que se pronuncie, “aquí o en la China popular”, el nombre de nuestra hermosa tierra o el de cualquiera de sus tres provincias. Orgullo.

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