Ya tenemos presupuestos

 

 

Cuando llega esta época. en las empresas se suele hacer el presupuesto. Normalmente, se plantea lo que se quiere conseguir y luego se traduce a euros, dividido en dos columnas: lo que va a entrar y lo que va a salir. Suele ser muy bueno que las dos cosas coincidan y si los ingresos son mayores que los gastos, mejor que mejor. Si los objetivos son ambiciosos, dan lugar a un presupuesto expansivo. Si no son muy ambiciosos, le llaman continuista y, si son radicalmente nuevos, dicen que son de ruptura, que rompen con lo anterior.

En una empresa también existen ataduras que no te dejan hacer lo que quieras. Suele ocurrir mucho en las multinacionales, con la central a miles de kilómetros de distancia, donde alguien decide que a ti te toca hacer este papel. Y es necesario que, antes de fijarte los objetivos y convertirlos en euros, te enteres del papel que tienes que jugar, porque si no, habrás trabajado en vano. Y la gente que te rodea se pegará  un calentón, diciendo que esos de allí -los de la central- no sirven para nada y que ya les gustaría verles aquí, en las trincheras.

A veces, la multinacional permite que las empresas de los países se organicen como quieran y, otras veces, les dicen que sí, que se organicen como quieran, pero con unos principios generales para todas ellas: ayuda a otras empresas del grupo, búsqueda de financiación por su cuenta, recurso a la central para que les preste dinero en determinadas condiciones (intereses y plazos de amortización), tope máximo de  endeudamiento, etc.

Se acabó el preámbulo, porque si no, no me meto en el artículo. Con lo anterior, quería decir que España es una empresa que pertenece a una multinacional, Europa. Y pertenece porque en su día quisimos pertenecer. Nos pareció que había más ventajas que inconvenientes y firmamos todo lo que tuvimos que firmar. Y, además, muy contentos. Entre las cosas que firmamos había dos, que no previmos que, en el futuro (o sea, hoy), nos iban a hacer pupa: que el déficit (gastos menos ingresos) no debía pasar del 3 % sobre el Producto Interior Bruto y que la deuda externa no sería mayor que el 60 %, también del PIB.

Llega 2011 y, por esas cosas que pasan, y esas decisiones que se toman y esos gobernantes que las toman, mientras sonríen y dicen vacuidades, o sea, cosas vacías de contenido, nos encontramos con un déficit de 91.000 millones de euros, o sea, el 9,1 % del PIB, redondeando el PIB a un millón de millones.

Bruselas, donde están nuestros jefes, y Berlín, donde está nuestra jefa, nos miran serios y dicen que hay que llegar a 30.000. Negociamos y nos dan un plazo y unos hitos:

  1. En 2012 hay que llegar a 70.000, o sea, reducir el déficit en 21.000 millones. (Ahí está la explicación de los agobios del año pasado.)
  2. En 2013, a 63.000. Reducción de 7.000.
  3. En 2014, a 55.000. Reducción de 8.000.
  4. En 2015, a 41.000. Reducción de 14.000.
  5. En 2016, a 30.000. Reducción de 11.000.

Estos datos están copiados de los periódicos y no son ningún secreto. Supongo que Cristóbal los copió y los tiene puestos con cuatro chinchetas en su despacho, para recordar continuamente que, al hacer los presupuestos, la diferencia entre gastos e ingresos tiene que ajustarse a lo que nos han mandado. Sabiendo, además, que nos lo han mandado para recordarnos que nos comprometimos a eso.

Con lo cual, el grado de libertad que nos da la multinacional a la que pertenecemos, en cuestión de números, está muy limitado.

El Gobierno acaba de presentar el proyecto de “Presupuestos Generales del Estado que pertenece a la Unión Europea”. (He alargado el nombre, poniendo lo nuevo en cursiva,  para que no se nos olvide quién manda.)

Veo opiniones de personas importantes en el mundo de los negocios. Uno de ellos dice que los PGE le parecen continuistas. Dos, que, o fluye el crédito o no nos hagamos ilusiones, porque los ingresos están basados en un crecimiento del 0,7 % y si no hay crédito, no lo ven nada claro. (Yo, tampoco). Otros dos dicen que mientras no se reforme la Administración, tampoco hay nada que hacer. Los demás dicen otras cosas, todas con sentido común.

Llega Cristóbal al Congreso con los presupuestos, seguido, en fila, por cinco personas. Supongo que todos piensan: “hemos hecho lo que hemos podido, pero, con estas limitaciones, pocas maravillas puede esperar esta gente”. Antes, la presentación quedaba más espectacular, porque el ministro llegaba al Congreso con una furgoneta llena de volúmenes gordísimos, que daban la sensación de que había trabajado mucho. Lo cual era verdad. Ahora, habiendo trabajado tanto o más, aparece con un pen drive, que, a última hora, en su casa, no encontraba, porque hoy se ha puesto otro traje y se lo había dejado en la chaqueta de ayer. Y llegar al Congreso y decir que se te han olvidado los PGE en casa, debe ser todo un apuro.

Ahora vienen los análisis de los PGE, partida por partida. Pero, por favor, que no se nos olviden las limitaciones. Y que no se nos olvide, además, que tenemos una deuda externa de 943.000 millones de euros, que algún día deberemos reducir a 600.000, en lugar de irla refinanciando, o sea, volviéndonos a endeudar para pagar la deuda.

Hay tres partidas gordas, que son intocables:

  1. Los intereses de la deuda, 36.590 millones, cifra que también hay que aprenderse de memoria para cuando a alguien se le ocurra que hay que endeudarse más para crecer.
  2. Las prestaciones por desempleo, 29.429 millones.
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