Roca Rey prendido por el chaleco tras entrar a matar al primero de su lote.

La era Roca Rey, inapelable e imparable, sigue su rumbo

La gran noticia fue que en la Feria de Julio una tarde rozó el lleno en los tendidos como quien no quiere la cosa. Todo un dato para los que echan pestes o son cenizos por naturaleza: el gran espectáculo de la tauromaquia tiene esto. Llegados aquí, todo se hubiera resuelto mejor con una corrida de toros con casta y poder, así el triunfo rotundo de Andrés Roca Rey, que, por cierto, algo de culpa tenía del casi lleno, habría sido más incontestable todavía.

Si en Fallas titulamos que la ‘era de Roca Rey’ empezaba en València, hoy se corrobora que ésta, imparable, sigue su rumbo tras sacudir Madrid o Pamplona, entre otras. Hoy ese rumbo un pitón perdido por el pecho, colgado el torero del chaleco, estuvo a punto de cortárselo. El milagro y la raza, la reacción de torero y la ambición sin límites con la que abrocharía su tarde soberbia para seguir su rumbo. Inapelable.

El primero de su lote se llamó ‘Liebrote’. Castaño, largo y bajito de manos. Acaramelado de cuerna también, como el primero de la tarde. A pies juntos lo paró. Como queriendo parar el tiempo. Una chicuelina por sorpresa. Ya se palpaba esa capacidad del torero para crear el silencio. Un privilegio sólo al alcance de los más grandes. Una revolera y la brionesa con pulso y remate. Un galleo y el quite que se tenía que ahorrar. Sólo al primero de Manzanares le sopló un quite.

Las fuerzas y fondo no sobraron a los de El Pilar. Fue corrida de administrar. Pero mientras unos administran, otros se montan encima. Como Roca Rey.

No le sobraban las fuerzas, perdía las manos a la mínima. La Roca lo empezó por estatuarios, pero tuvo que emplear más pausa. Inteligente, no lo aprieta. Pulso, la zurda del peruano. Muy despacio y con la bamba. Ojo con esa zurda. La traca explotó al final. El ajuste, las muñecas fluyendo y ese toreo sobre el alambre. La arrucina inverosímil, los cambiados recursos al final. El público absorto, metido hasta las trancas en lo que hacía ARR, y cuando se fue a por la espada el runrún del público era de lío gordo.

Luego vino el drama, el torero prendido por el pecho, sin consecuencias, y sin mirarse y el personal todavía con el corazón saliéndose por la boca, y ya había cobrado la estocada fulminante. Una oreja y le pidieron las dos.

El sexto le salió manso. ‘Burreñito’ barbeó, con su hechura anovillada y escasita de cara. Huyendo. Hay que decirlo, Roca Rey para sacarlo hacia afuera ándole hacia atrás no estuvo fino.

El manso sacó raza en el peto y no fue sometido hasta el inicio muletero mandón de La Roca. Respeto a las líneas. Se lo saca a los medios. Manso y reservón, sin celo. Y de nuevo esa zurda. Repito: la naturalidad de ponerla, con la bamba reposada en el suelo. Y lo puede y lo liga. Empieza a estallar. A apoderarse una vez más de toro y también del público.

Rajado el toro, la faena se reúne en el tercio. El toro va buscando la vía de escape, pero se lo vuelve a sacar a los medios y allí lo sujeta y doblega por unos minutos su voluntad huidiza. Le enjareta inmóvil circulares, los pitones pasando por la barriga, pero en los terrenos que quería el torero y no el manso, que cuando le dieron vía volvió a huir.

Hambriento Roca Rey, le sopló unas luquecinas pegado a tablas por rizar el rizo una vez más para sorpresa de propios y extraños. Un cañón. La dos orejas, la vuelta al ruedo con el niño Adrián y ese Roca Rey que se fue por la puerta grande, siguiendo su rumbo, el que marca una nueva era en el toreo.

Un señor toro abrió plaza para la lidia a pie. Muy cuajado. La báscula marcaba 595. Castaño, hondo, serio, estrecho y acaramelado de cuerna y de buena culata, pero blando en exceso. La faena de Manzanares no encontró sostén. Y el segundo de su lote, fue un toro de esos complejos que a veces te encuentras en la sangre Aldeanueva, de nombre ‘Niñito’, mismo nombre como el que se encontró temporadas atrás David Mora en Sevilla.

‘Niñito’ tuvo cosas de bravo en varas. De toro enrazado al menos. Fue el toro de mayor dosis de casta. Pero con múltiples matices. Distancias, toques, alturas. Por el derecho no se entrega. Por el izquierdo repone. No hay dos embestidas iguales. A favor del toro, la fijeza, la casta. Manzanares escrutó todos esos matices sin acabar de romper más allá de fogonazos sueltos. La espada de Manzanares esta tarde tampoco fue la de siempre.

Pablo Hermoso, también sin espada, dio un recital de naturalidad y temple en dos faenas totalmente distintas. Su primero del Capea embistió a oleadas hasta que le duró el fuelle. Hermoso impuso pausa y temple y un dominio absoluto de terrenos y querencias. Y al sexto lo cuajó en todos los terrenos, a dos pistas con Beluga y Donatelli, encontrando espacio donde no lo había y rematando con Pirata en un par a dos manos, que si fue bueno, mejor fue la preparación del mismo.

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Valencia, 22 de julio de 2016. Segundo festejo de la Feria de Julio. Toros de El Capea para rejones bien presentados y cuatro de El Pilar blandos, desiguales y faltos de fondo y entrega. Hermoso de Mendoza (Ovación en ambos), José María Manzanares (Silencio y palmas tras dos avisos) y Roca Rey (oreja y dos orejas tras aviso). Casi lleno (unos 9.000 espectadores).

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