Día de la Mujer

Yo no celebro el Día de la Mujer

Yo no celebro el Día de la Mujer, yo conmemoro el Día de la Mujer. La prensa y las redes sociales inundan hoy sus páginas y muros con una gran lluvia de información sobre actos, actividades y mensajes políticos repitiendo la palabra celebración. Admitámoslo, en casa del herrero cuchillo de palo.  El 8 de marzo no es una celebración. No nos felicitéis por el mero hecho de pertenecer al género femenino, por tener un día para recordarnos que todavía, en algunos ámbitos y países, seguimos ¿infravaloradas? pero, como es ‘nuestro día’, ¿contentas y satisfechas? No. Yo no celebro el Día de la Mujer, yo conmemoro el Día de la Mujer.

Una efeméride, institucionalizada en 1975 por la Organización de Naciones Unidas, que hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre y marcada por varios hitos históricos. Uno de ellos fue el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist el 25 de marzo de 1911 en Nueva York. Suceso en el que murieron 146 mujeres que no pudieron escapar de las llamas, ya que los propietarios habían bloqueado todos los accesos para evitar robos en su interior. La mayoría de las víctimas eran jóvenes inmigrantes, de origen judío e italiano, que se ganaban precariamente la vida en el taller textil de la firma. De hecho, este trágico suceso fue el detonante de la creación del importante Sindicato Internacional de Mujeres Trabajadoras Textiles (International Ladies’ Garment Workers’ Union).

No menos relevante fue la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Sttutgart en 1907, en la que se adoptó una resolución sobre el derecho del voto universal, el cual se convirtió en el punto de partida de una lucha incesante por los derechos políticos de la mujer. Años después, en 1917, fueron mujeres rusas las protagonistas. Se amotinaron y declararon en huelga ante la falta de alimentos y las devastadoras consecuencias de la guerra, dando paso a la revolución bolchevique y a la caída del régimen zarista meses después.

Aunque todo no empezó ni terminó ahí. A estos acontecimientos les precedieron, siguieron y siguen otros. Dicho esto, ¿debo pedir perdón por no querer celebrar que puedo ejercer el derecho a voto?, ¿debo pedir perdón porque puedo ocupar un cargo de responsabilidad, vestir con pantalón, elegir el corte de la falda, mi estado civil, opinar y otra serie de derechos?

Disculpad, entonces, por solo querer recordar que puedo hacerlo gracias a la heroicidad, muchas veces callada, de tantísimas mujeres que, a lo largo de los dos últimos siglos (y apoyadas por unos cuantos hombres) lo han dado todo por la libertad e igualdad de derechos.

Todas ellas no lucharon para recibir elogios y aplausos. Tampoco lo hacemos ahora. Suficiente y otro motivo para que no nos felicitéis por ser mujeres. Simplemente, valoradnos por el mero hecho de ser personas. Y sí, hoy me visto de morado, como lo hago, con plena libertad, todos los días.

Cristina Cloquell

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