A contracorriente: Emociones fuertes

Hace veinte años se cerró el semanario de sucesos El Caso. Al parecer, el monopolio que ejercía hasta entonces sobre el morbo nacional quedó diluido al dedicarse ya todos los demás medios de comunicación a las noticias cada vez más abundantes de crímenes y otras aberraciones sociales.

En aquellos años retrospectivamente naífs, lo más escandaloso de la reciente televisión privada eran las bailarinas de Mama Chicho, candorosas chiquitas al lado de los programas de hoy día sobre cuernos, saltos de cama y felaciones más o menos encubiertas.

Hasta los incipientes debates televisivos eran de una candidez entrañable, donde lo más que se le escapaba a un contertulio audaz era un ¡mecachis! Ahora, en cambio, el tertuliano que no se desmelena a base de insultos no vuelve a aparecer en la tele.

Nuestros medios de comunicación se nutren, pues, de emociones fuertes. En los últimos años han dedicado miles de horas al odioso crimen de Marta del Castillo, al parricida José Bretón o al asesinato de Laura y Marina por el novio de ésta.

Nuestras neuronas y hasta nuestro estómago se están acostumbrando a lo excesivo y hasta lo monstruoso. Vivimos expuestos a excitaciones muy fuertes y, como los adictos a ciertas drogas, necesitamos cada vez más dosis de morbo.

Nos sucede hasta en la política. Recientemente, hemos abandonado la reiterada y aburrida alternancia política, para buscar otros partidos que, como el de Pablo Iglesias, nos ofrezcan nuevas y arriesgadas emociones. Lo mismo sucede con el llamado proceso catalán: en vez de conformarse con vivir de forma cómoda y placentera, muchos prefieren la inseguridad y la incertidumbre de una independencia problemática.

Al parecer, somos como algunos drogadictos, incapaces de mantenernos sin una creciente dosis de emociones incontrolables.

Por Enrique Arias Vega.

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