A contracorriente: Una política sin vergüenza

Irene Lozano consiguió colocarse en las listas del PSOE a las elecciones generales siendo todavía diputada por UPyD. Al día siguiente dimitió de su escaño “sin pedir la indemnización por mi finiquito”, dijo. ¿Desde cuándo tiene derecho a ser indemnizada la persona que deja voluntariamente su trabajo?

Estas cosas, como se ve, son propias de los políticos, a quienes nada les da vergüenza, ni siquiera el ir contra el sentido común.

Si la diputada, en vez de ser miembro de un partido en vías de extinción, y de haberse enfrentado a su fundadora, Rosa Díez, hubiese pertenecido disciplinadamente a una de las grandes formaciones políticas, habría encontrado una sinecura para sus horas bajas en el Senado, en algún Consejo consultivo y hasta en la Telefónica, si cabe.

Como, en cambio, estaba en camino hacia ninguna parte, ha practicado un transfuguismo político encubierto (al que tiene todo el derecho, dicho sea de paso) hacia un partido al que hasta ahora había puesto a parir. Todo sea por la pervivencia del escaño, del sueldo y de la presencia pública. Vaya por Dios.

Preguntada por qué no se integró en Ciudadanos —partido con el preconizaba la convergencia de UPyD cuando todavía estaba bajo esas siglas—, respondió: “Porque el que me ha llamado es Pedro Sánchez”. ¿Quiere eso decir —en el supuesto de que haya sido así y no al revés— que si le hubiese llamado Albert Rivera se habría ido con él?

La falta de vergüenza de algunos políticos, está visto, no sólo afecta a quienes están en puestos de mangoneo, sino que, incluso aunque sea a un nivel mucho más modesto, está en el ADN de todos aquellos que pretenden hacer de la política un medio de vida permanente a costa de los contribuyentes.

Por Enrique Arias Vega.

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