¡A las armas, ciudadanos!

Qué bueno sería que alguien tradujera este librito a la lengua de Cervantes… y del maestro Ciruela, que no puede tener más discípulos entre quienes informan desde o para España sobre los Estados Unidos de América.

The Truth About Gun Control, la verdad sobre el control de armas contienen estas pocas páginas impagables, que pueden esgrimirse como repelente contra cantamañanas maleados por Moby Moore o algún otro bocazas con más cara que espalda. Están plagadas de datos, frases poderosas, anécdotas extraordinarias que no nos cuentan los sospechosos habituales para no quedar en evidencia. A ver: ¿sabía usted que el abolicionista Lysander Spooner adujo el derecho a portar armas, recogido en la Segunda Enmienda, como prueba de que la esclavitud era inconstitucional? ¿Que el Ku Klux Klan fue «el primer grupo pro control de armas» –“así como la primera organización terrorista”– de EEUU, porque no quería que los negros pudieran defenderse de sus linchamientos? (“Nadie sabe qué clase de represalias racistas a gran escala se hubieran dirigido contra las bases de la comunidad negra si ésta no hubiera tenido una saludable cantidad de armas a su disposición”, cita David Kopel a John Salter, líder en Mississippi de la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color a principios de los 60). ¿Que las infames Leyes de Jim Crow sirvieron de base para la legislación sobre control de armas que vino después? ¿Que la mismísima Eleanor Roosevelt iba ‘calzada’ en sus tiempos de activista por los derechos civiles en el Deep South? ¿Que la propia Revolución Americana no se entendería sin la rebelión de los súbditos de Su Graciosa Majestad ante el intento de la metrópoli de dejarlos sin medios de defensa?

«El derecho de la gente a tener y portar armas no será infringido», dice la célebre Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana. David Kopel se lo aclara aquí al desprevenido y al descerebrado: se trata de venerar no una reliquia del pasado, los viejos buenos tiempos de la vida en la frontera (tan distinta también a lo que nos han contado), sino la Libertad, que tiene su primera y más formidable prueba en la defensa que uno hace de su vida y de su hacienda. La autodefensa, en los viejos buenos tiempos, ya no es que fuera un derecho: es que era un deber; y hasta se exigía a la gente que fuera armada cuando tenía que viajar o acudir a recintos públicos como… las iglesias. Todo lo contrario de lo que sucede hoy en ‘gun free zones’ como la escuela Sandy Hook de Newtown, el instituto de Columbine o la universidad tecnológica de Virginia, lugares condenados por el condenado, cuando degenera –y este es el caso–, principio de precaución.

De lo que se trata también o sobre todo, ayer como hoy, es de saber quién tiene el poder, advierte Kopel. De si somos ciudadanos o meros súbditos y quienes nos gobiernan, representantes o tiranos. Los estadounidenses hicieron su revolución porque no querían que sus sociedades fueran como las europeas, donde los derechos no eran tales sino más bien concesiones. Concesiones de los poderosos, esto es, de los que tenían armas. Por eso desde el minuto uno en América las tuvieron todos. Por eso el arquetipo nacional americano no es el caballero medieval (“con su cara armadura”) ni el samurái (“con su exquisita espada artesana”) sino el vaquero, hombre cualquiera con su revólver al cinto, ese Colt 45 como “gran igualador”, y el rifle en el estribo, por ejemplo un Winchester que luciera esta inscripción:

No temas a ningún hombre,
sea cual sea su tamaño;
cuando el peligro aceche, llámame
y yo equilibraré la balanza.

“El fundamental derecho humano a tener y portar armas es el inherente derecho de todos los individuos, no sólo los americanos, a usar armas para protegerse de criminales a gran escala como los tiranos y los genocidas, y de criminales del tipo lobo solitario que invaden hogares o atacan escuelas”, proclama Kopel, que en la guerra de eslóganes se pone del lado del “No me pises” y no del “Vivan las caenas”.

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