Lo del sincretismo nunca fue lo mío. En primer lugar, porque tampoco sabía muy bien qué quería decir. Ahora lo busco en el diccionario de la Real Academia y veo que es el “sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes”. Repaso los periódicos y empiezo a pensar que quizá soy sincretista (no sé si esa palabra es correcta, pero ya me entendéis). Porque leo cosas que ha dicho Rubalcaba y me gustan. (No todas.) Leo cosas de Aznar, que ahora habla bastante, y me gustan. (No todas.) Leo cosas de Merkel y me encantan. (Casi todas.) Menos mal que últimamente no he leído nada de Hitler y Stalin, porque si me llega a gustar algo de lo que dijeron -o hicieron- esos dos, lo mío no hubiera sido sincretismo, sino cretinismo, en el peor sentido de la palabra. (Tampoco he leído el libro rojo de Mao, que me trajo de China un amigo, porque uno ya no está para esas cosas.)
Todo lo anterior es lo que me hizo decir en un libro que la persona, por dentro, es muy rica, y que no se le puede reducir a una etiqueta y decir que tiene que ser de izquierdas porque es obrero o de derechas porque es empresario. Porque, entonces, el de izquierdas tiene que luchar contra el de derechas hasta que monta una empresa, le empieza a ir bien, se vuelve de derechas y crea muchos puestos de trabajo, contratando a mucha gente, de izquierdas, claro. Y otra vez a luchar. Ahora, al revés.
El problema del sincretismo es que te puedes convertir en un sinsorgo, lo que en Aragón llamarían un desustanciao, que no tiene opinión propia y que funciona según le da el viento, repitiendo lo que ha dicho Hollande por la mañana y Berlusconi por la noche, con un algún toque al libro de Mao, para que nadie piense que uno es conservador.
Y con eso se consigue estar absolutamente perdido, lo cual puede tener poca importancia si no tienes ninguna influencia en nadie, pero ser muy peligroso si, con el invento del twitter, dices una bobada y cientos de miles de personas la leen y piensan que si lo ha dicho XX, aquello va a Misa.
Estamos en un momento duro. La famosa crisis en L, o sea, hundimiento y tramo horizontal largo largo largo es dolorosa. Porque es verdad -ya lo sabíamos- que el tramo está siendo largo. Porque nadie -repito, nadie- sabe cuál es la duración. Porque los mensajes que nos llegan son nebulosos. Alguno, apocalíptico.
Creo que es el momento de tener la cabeza fría, muy fría, dedicada a discurrir cuál es mi situación en este momento y qué tengo que hacer. Luego, ya hablaré mal del gobierno y de la oposición y de los demás, o diré, en el colmo de la sofisticación, que hay que hacer lo que hace el primer ministro japonés, Abe: liarse la manta a la cabeza, convencer al Banco de Japón de que fabrique yenes a punta pala, con lo que los devalúa y vende cosas fuera. (De paso, como a los inversores les pagan pocos intereses allí, vienen a Europa y nos prestan dinero, y baja la que fue famosa prima de riesgo, de la que ya no se acuerda nadie.)
Pero mientras llega Abe, yo, a trabajar. Si tengo un negocio que no anda, hay que pensar si no anda porque eso que fabrico o ese servicio que doy ya no se vende, antes de echar la culpa a la subida del IVA, que también.
Leo que los comercios están implantándose fuera de España para compensar la caída de las ventas locales y que fuera de España hay 17.081 establecimientos propiedad de tiendas españolas o franquiciados por ellas.
Me fío más de esos 17.081 establecimientos en los que 17.081 personas se han jugado su dinero que del plan de choque dirigido a las pymes que anuncia el gobierno.
Tampoco me fío mucho del anuncio del FROB -el del grifo- en el que dice que el crédito ya está resuelto porque el sistema financiero está limpio.
Y no me fío porque el sentido común me dice que los bancos no están tan guapos como dicen. Me lo dice el sentido común y me lo dice también Luis María Linde, Gobernador del Banco de España, que, en Montreal, de madrugada (estos chicos nunca están en su despacho y siempre andan diciendo cosas por el mundo a horas intempestivas) ha dicho que igual habrá que utilizar algún millón de euros más de la póliza de crédito de 100.000 millones que tenemos en Bruselas, para reestructurar los bancos con problemas. Ya hemos utilizado 40.000, pero caduca el 31 de Diciembre. Y Linde dice que es posible que el gobierno, en Octubre, pida algo más. (Aquí hay que recordar dos cosas: una, que cuando te prestan dinero hay que devolverlo y otra, que te cobran intereses. Y otra, además: que, por ahora, estos euros vienen avalados por el Estado español, o sea, por nosotros, y no por los bancos que los reciben.)
Dentro del sentido común, es donde pongo cara de admiración cuando el President Mas les dice a las pymes catalanas que “percibe un cambio de actitud de las entidades financieras hacia el crédito”. Este Artur, tan ocurrente como siempre.
A la vez, el Tribunal Constitucional alemán, se ha puesto chulo y dice que está estudiando si la compra de deuda del BCE a los países periféricos (o sea, que nos haya prestado dinero) es legal o no es legal. Ya sé que el TC alemán no tiene jurisdicción sobre el BCE, pero como el BCE está en Frankfurt y el Tribunal en Karlsruhe, que está a 140,6 km. y hay muchos trenes entre una y otra ciudad, se mete a investigar. Sería feo que el TC dijera que el dinero que nos ha prestado el BCE no está bien visto por la Constitución alemana.
O sea, un lío.
Pero no olvidemos: 17.081 tiendas montadas por españoles que, en vez de quejarse y de decir que adónde vamos a parar, se la juegan. Y, además, crean puestos de trabajo. Fuera de España, ya lo sé. Pero si somos europeos -que lo somos y lo seremos mucho más-, a mí esa noticia me parece muy buena.
Como me parece admirable el matrimonio de parados que me saludan en la Feria del Libro y a los que animo a dedicar 10 horas diarias de trabajo a buscar empleo.
Como me parece bueno notar cierta alegría en esa Feria, cuando se acerca una señora, ve los libros, duda entre uno y otro, y acaba diciendo: “me llevaré los dos”. Esto no pasaba el año pasado. Este año me ha sucedido varias veces y no creo que sea porque mi fama ha traspasado las fronteras de la crisis, sino porque esa señora tenía una cierta alegría (en euros o en euforia, que casi es más importante) y se ha animado.
Empecé hablando del sincretismo y ahora me doy cuenta de que no me gusta. Que tampoco me gusta seguir a ojos cerrados a un político, a un financiero o al alcalde de mi pueblo. Que quiero que la gente, en vez de hablar de lo mal que está todo, se ponga las pilas. Que ya sé que la culpa es de los otros. Ya lo sé. Pero el hambre es mío.
Y no quiero pasar hambre.