Una de las razones importantes por las que la Unión Europea patina en lodo en estos momentos, fue la impertinente idea de que habíamos llegado donde queríamos. Tras la caída del Muro de Berlín, se impuso, una vez más la agenda de los EEUU, empujando de forma artificial a los europeos hacía el Este.
Que somos deudores desde el final de la primera guerra mundial, con confirmación definitiva tras la segunda, de los movimientos estratégicos de los EEUU, no es nada nuevo, basta ver cómo estamos implicados en la guerra de Siria, donde parece que solo bombardean sirios, rusos y estadounidenses, pero bombas europeas también caen sobre los civiles de Alepo, y son guiadas por instrumentos sofisticados de origen alemán, belga, español, francés o italiano.
Pero lo de llegar a las fronteras del Este del Edén, las de la antigua Unión Soviética, se nutrió a parte iguales del empuje americano en la espalda y del deseo de ser Imperio, con el fin de salvar a los orientales de una posible recaída en las zarpas osunas del Imperio Ruso, y alejar convenientemente las fronteras de Rusia de los países europeos nucleares. Cometimos un error de simplificación, pensar que Rusia, heredera de la Unión Soviética no iba a levantarse en evos.
Otro error sin perdón fue sobreestimar nuestra capacidad de darle un nuevo objetivo a las poblaciones Húngaras, Búlgaras, Rumanas y Polacas tras la derrota del ideal comunista, y ello justo en el momento en el que Capitalismo se atraganta en la Globalización. Cuarenta años de ocupación tácita y táctica por parte del mundo eslavo más primario, como es el ruso, ha borrado muchas de las relaciones culturales con Occidente. No fuimos capaces siquiera de tratar a estas poblaciones, con la salvedad de la Polaca, en igualdad de condiciones que a las otras poblaciones de países que entraron justo antes. Tuvieron que pasar por una cámara de descompresión de varios años hasta tener la libertad de moverse por la Unión como los demás.
Recordemos que parte del Brexit se construye sobre el rechazo de las poblaciones polacas que llegaron en masa al Reino Unido para trabajar como obreros especializados. No fueron las poblaciones de la Commonwealth los que precipitaron el odio de los ingleses, injustificado claro está, sino el rechazo a europeos.
Hemos crecido de forma acelerada, y nos encontramos en contacto con un país gigantesco que se ha caracterizado siempre, en resolver sus problemas a golpe de bayoneta. La Unión Soviética dejó una herencia fronteriza catastrófica, desde los residuos químicos abandonados por el Oso ruso, las tierras calcinadas y arruinadas a base de un mal uso de sustancias mortales, que Europa se ve obligada a limpiar si quiere recuperar estas tierras.
Países plagados de minorías ruso hablantes que envenenan la convivencia ya que miran siempre hacía la madre patria, lo que licita su intervención en territorios cercanos a la Unión europea, dos casos claros, Moldavia y Ucrania. Pero también encontramos estos problemas en países que son parte misma de la Unión como los bálticos, los cuales fueron colonizados por rusos durante el estalinismo.
Ya vemos que países de tradición europea, como Hungría se comportan de forma más cercana a la visión del mundo que tiene la ex Unión soviética, la llamada política del hecho consumado. En la Unión no solo florece el Brexit, ya que son varios los países que con la crisis de los refugiados han decidido poner en marcha una política de corte individual y claramente nacionalista.
Ahora podemos ver como Chequia, se ha alejado del polo occidental, Eslovaquia jamás estuvo cerca, Hungría, se ha aislado en un nacionalismo extremista y racial lo mismo que Polonia, la heredera del catolicismo en el Este que se desangra en un constante pogromo local, y finalmente, Rumania y Bulgaria que se hunden bajo la desatenta mirada de Europa en una marisma de pelotazos urbanísticos y un sinfín de corrupción.
Bruselas aparece bloqueada entre las ganas de castigar económicamente a los díscolos y el miedo a que se extienda el Brexit a través de un Oostxit.
Más coherentes en lo absurdo, los países del Este han reaccionado de forma horriblemente coordinada en la crisis de los refugiados, la que mejor ha escenificado la ruptura fáctica de la Unión en el Este. Los populismos se han unido, han creado las fronteras y ahora se dotan de herramientas plebiscitarias para poder legitimar la expulsión de los extranjeros
Todo ello basado sobre el descontento de su población que no ha visto por ningún sitio las ventajas de pertenecer al Club europeo, siendo por ello los mayores euro-escépticos del planeta.
Racismo, exclusión, pobreza, violencia social y legislativa campan a sus anchas sin que Bruselas pueda, o quiera hacer nada para regular esta situación, y parte de la razón es que no sabe cómo hacerlo, debido a que no conoce a esta población. Se cometió el error de pensar que los gobiernos iban a ser las correas de transmisión de los avances democráticos, olvidando el carácter nepotista y nacionalista que tenían que superar estas entidades de reciente creación. Estos gobiernos se han transformados en los peores interlocutores soñados, y un freno de momento imposible de evitar.
Europa huele a debilidad y eso en la naturaleza permite que los carroñeros se acerquen sin temor a cualquier defensa.
Autor: William Vansteenberghe, Experto en Inmigración, Cohesión Social