Enrique Arias Vega, colaborador en Valencia News. Más fácil protestar que hacer

¡Bienvenido, Mr. Marshall!

En la película de Berlanga, los norteamericanos pasaron por España sin detenerse a prestar el dinero que tanto necesitaban los lugareños. El resto de Europa Occidental recibió unos 13.000 millones de dólares con los que se rehízo de la brutal destrucción tras la Segunda Guerra Mundial.

En eso consistió el milagro alemán: en reconstruirse en una docena de años y crear empleo y trabajo para inmigrantes de otros países, entre ellos España. De esa prosperidad no quisieron participar los países dominados por Moscú, que prefirieron una ideología autodestructiva al beneficio colectivo.

Nos hallamos en otra de ésas: la de hacer un esfuerzo con el dinero ajeno para superar una crisis sistémica. En eso, en el reparto del bienestar de los más ricos, consistió el Tratado que creó el embrión de la UE. Las reglas de juego fueron sencillas: solidaridad, ampliación de los beneficiarios, uso del dinero en inversiones, mejora de prestaciones sociales y cumplimiento de las obligaciones crediticias.

Ahora, en pleno fragor de la crisis económica, los gobiernos socialistas de Valls, en Francia, y Renzi, en Italia, son conscientes de que deben realizar sacrificios presupuestarios y reformas laborales para evitar el hundimiento del sistema colectivo de bienestar. En cambio, grupos radicales y sin responsabilidades políticas ni sociales proponen en Grecia y España no pagar la deuda y seguir gastando sin control. Unos amigos norteamericanos presentes en Salónica estas Navidades se asombraban de que mientras ellos se apretaban el cinturón en Nueva York, los griegos derrochaban los euros que ni siquiera tenían.

En ésas estamos: en que los países cumplidores del norte y sus epígonos seguirán adelante con el proyecto europeo, mientras que otros dejarán pasar de largo a Europa, creyendo que sin ella podrán mantener su bienestar. ¡Inocentes ellos!

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