A tenor de las conversaciones en la calle, el trabajo, los bares o la escalera de casa, están desapareciendo las personas moderadas y ecuánimes que constituían la mayoría sociológica de este país. En su lugar aparece gente muy cabreada, y cuanto más mayor, más irritada contra el Gobierno, los partidos políticos, los bancos y la corrupción en general.
Hasta hace poco, esto se reducía a un fenómeno aislado: el de los indignados que se manifestaron hace tres años en el famoso 15-M y que dieron pie a lo que se llamó spanish revolution. Le sucedieron luego los movimientos anti desahucio, de protesta por las preferentes, de escraches a políticos y poco más.
Ahora, en cambio, se trata de un cabreo sordo y generalizado, coincidente con el rechazo a los dos grandes partidos que han dominado la política española desde la Transición. Gente que en otra época respetaba obsecuentemente a las instituciones, se cisca ahora en todas ellas, desde la Corona hasta el Ministerio de Hacienda, pasando por las leyes de tráfico, el pago de cuotas a la comunidad o el respeto al descanso de sus vecinos.
Es un movimiento incipiente, pero continuo y al alza. Esa especie de anarquía intelectual, de rebeldía tardía ante el orden o desorden establecido, se alimenta con noticias, rumores y bulos que circulan profusamente por las redes sociales.
En éstas, sin prueba documental alguna, se alude a sueldos inverosímiles, a hechos inexistentes, a represiones inventadas, a normas y leyes simplemente imaginadas, etc., etc. Y nuestra credulidad, nacida del cabreo y de la desconfianza hacia el poder, da por buenas todas ellas.
No sé adónde nos llevará todo esto, pero no preverlo no evitará que algo muy gordo pueda suceder.
Enrique Arias Vega