Coños y moños

La polémica del aborto y sus límites es un asunto discutido y discutible en todos los países occidentales. Hay argumentos a favor y en contra de las diferentes posturas, basados en la medicina, la ética, la ciencia y la moral, además de la religión. Sin embargo, este asunto tan poliédrico, en el que ni siquiera hay acuerdo en el seno de los partidos de izquierda y de derecha, lo simplificó de una manera deslumbrante una diputada de Amaiur con esta frase cargada de filosofía: «En mi moño y en mi coño mando yo». Puestas así las argumentaciones, y llegados a este nivel de alta dialéctica, me esperaba que un ministro del Gobierno respondiera con un argumento semejante, del tipo de «pues esto se va a aprobar por mis cojones», pero todavía parece que no hemos llegado al bonito espectáculo de a ver quién es más grosero, aunque no conviene que desanimarse.

En el lenguaje solemos proyectar nuestra cultura y nuestra inteligencia. Uno de los signos más tempranos para descubrir que el desarrollo psíquico puede estar por debajo de lo establecido suele ser la tardanza del niño en hablar. No siempre, pero es un mal síntoma. Ahora bien, si todo lo que seduce, agrada, embelesa, capta, sugestiona, encanta o atrae se sintetiza en «mola», o ya, en el paroxismo de la oratoria ,«mola mazo», y todo lo que es grato, maravilloso, placentero, simpático, ameno, fantástico o deslumbrante se reduce a que es «guay», queda claro que el extenso y amplio argumentario para estar a favor del aborto puede reducirse al delicado aforismo de «en mi moño y en mi coño mando yo».

El ser humano tardó cientos de miles de años en trasladar el lenguaje hablado a los signos de la escritura. Y fue uno de los grandes pasos de la Humanidad, tanto como erguirse sobre los pies. Pero visto el retroceso en nuestro Parlamento es posible que, en algunos lugares del País Vasco, hayan iniciado el camino de regreso.

Luis del Val

Ir arriba