Contra el cambio

Pocas cosas me molestan más, en la vida política, que las incitaciones a cambiar por cambiar. Llámenme inmovilista, que me trae al fresco, porque lo verdaderamente inmóvil -e insoportable- es la falta de sustancia. Si alguien quiere cambios que marquen un antes y un después, primero deberá justificar su necesidad y luego demostrar que cuanto propone no es peor que lo existente. Conste, en todo caso, que los cambios más fructíferos son los que apenas se notan: los que se realizan gradualmente a lo largo de un proceso que permite ir probando y corrigiendo las innovaciones.

Se comprende que después de años de destructiva crisis económica, muchos españoles deseen trazar una raya en el suelo y decir que hasta aquí llegó esta mala época y ahora empieza otra. Se comprende menos que se presten oídos a tantos ilusionistas que ofrecen panaceas en forma de tal o cual cambio expeditivo que traería el anhelado vuelco. O que haya quienes se dejan llevar por el charlatán más hábil y convincente a su terreno, que no es casi nunca terreno limpio. Pero todo ello es seguramente inevitable. Todo, es decir, salvo algo que sí puede evitarse y hay que evitar a toda costa: que la agenda la marquen los más aprovechados y los más pirados.

Es verdad que no tenemos un solo problema, sino un frente de problemas. Pues más a mi favor: es preciso jerarquizarlos, ordenarlos, saber cuáles son los más importantes y cuáles los menos. No podemos perder el tiempo. No podemos desperdiciar las energías del debate público en cuestiones que únicamente entran en escena porque son vistosas y llamativas, y porque hay quienes hacen ruido con ellas. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, hacer ahora causa de si España debe seguir siendo una monarquía parlamentaria o transformarse en una república de no se sabe bien qué tipo?

Julián Marías, cuyo centenario fue el 17 de junio, daba con la fórmula para distinguir los problemas reales de los irreales en un artículo de mediados de los setenta recogido en su libro “La España real”. Para comprobar la irrealidad de muchos problemas, decía allí, basta con fijarse en la “fecha de nacimiento”. Y continuaba: “Los discursos políticos o los periódicos hablan sin parar de tales o cuales temas, presentándolos como cuestiones vitales, urgentes, tal vez insoportables. Recuérdese lo que pasaba un año antes: nadie hablaba de tales cosas, nadie tenía la impresión de que fuesen graves, ni siquiera de que existiesen como tales problemas”.

Hay que hacer ese filtrado de problemas, como hay que hacer un esfuerzo de concentración: es fácil perder la perspectiva bajo la artillería de la actualidad. La dispersión enreda, hace tropezar, lo empieza todo y no acaba nada. La dispersión incita a cambios continuamente, sí, pero bien mirado, en realidad, paraliza.

 

Cristina Losada

@christinalosada

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