Debate para escépticos

Por así decirlo, se ha salvado el compromiso. Por decirlo de la mejor forma posible, se ha salvado la parte más sensible de cuanto estaba en juego en el debate parlamentario de ayer: la imagen de España. La exterior, porque en buena medida se ha evitado el espectáculo de un Gobierno sin soporte; y la interior, porque de algún modo se ha evitado la realidad de un primer ministro que no daba explicaciones.

Rajoy, en este 1 de agosto, ha sido mucho mejor parlamentario que su contrincante, Pérez Rubalcaba. Mejor orador, más inteligente, llevaba un discurso mejor que ha logrado serios efectos –algunos letales– porque venía construido con frases y citas del propio Rubalcaba extraídas de su extensa carrera política. Rajoy ha construido bien su deseo de ligar una situación económica que mejora con unas noticias sobre corrupción que inquietan hasta el punto de amenazar a la situación económica. Pero como España ya ha pasado por ahí otras veces –en 1994 y 1995, como mínimo– era fácil mirar atrás y encontrar citas provechosas de otras situaciones parlamentarias con el mismo compromiso puesto del revés.

Rajoy ha hecho muy bien al decir que se equivocó y al pedir perdón por ello. Ha sido su acierto mayor. Como lo ha sido también al instalarse en el principio de la presunción de inocencia, en el que solo la acción de la Justicia puede situar a los personajes arriba o debajo de su personal pedestal. Todo lo que no esté judicialmente probado entra el territorio de las suposiciones, más o menos calumniosas o interesadas, en el campo de las filtraciones periodísticas. Incluso Rajoy ha hecho lo más difícil –descalificar al periódico “El Mundo” y sus informaciones acusatorias interesadas– cosa que ha hecho, además, utilizado sagazmente una cita del propio Rubalcaba en un caso similar de corrupción que entonces afectaba al PSOE.

Rajoy ha vencido porque cualquier espectador poco ilustrado podía recordar la mucha corrupción que acumulan los partidos de los personajes que iban interviniendo en la tribuna de oradores de forma sucesiva. Y finalmente, el presidente Rajoy ha vencido en este debate, porque ha estado mucho mejor que el secretario general del PSOE, de quien se ha visto muy claramente que, sobre todos los demás argumentos y razones, es la fragilidad de su posición interna la que le ha llevado a morder en las heridas del PP sin reparar en las complicaciones propias.

Con todo, no hay que engañarse en exceso: este ha sido un debate entre escépticos, baqueteados de la política, que ha venido a incidir sobre un pueblo cansado, muy escéptico ya, literalmente harto de la crisis, y singularmente al cabo de la calle en lo que se refiere al mal comportamiento de la política y de los políticos.

Quiere eso decir que los discursos escuchados no han servido de mucho, realmente, aunque el de Rubalcaba, en una parte, ha tenido una virtud singularmente perversa: ha hecho un muy acabado resumen de prensa de todas las noticias y trapisondas publicadas sobre Bárcenas y el Partido Popular, que dejan muy malparada a María Dolores de Cospedal y en serios apuros no ya a Rajoy como presidente sino a Rajoy como máximo dirigente de la formación.

Solo con que al final sea verdad la mitad de cuanto Rubalcaba resumió, solo con lo sea un quince por ciento, ya nos sitúa ante una realidad que –con independencia de lo que digan los jueces– solo va a ser perdonada por dos vías: porque Rajoy, ayer, admitió su error y porque una gran mayoría de los electores lo que quiere es que se acaben de una vez las malditas secuelas de la crisis. Y sabe que si hay alguien preparado para conseguirlo es el que ha comenzado la tarea. Seamos escépticos… y prácticos.

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