William Vansteenberghe

¿Derecho a voto?

Muchos han sido los filósofos los que han determinado con claridad la necesidad de enfatizar los derechos de las ciudadanías, frente a la tiranía de las obligaciones que el Estado arrojaba sin tregua ni vergüenza sobre las espaldas de sus súbditos.

La mayor manifestación de la democracia participativa, es precisamente, esa misma, la participación, y que desde un principio se edifica sobre el derecho al voto.

Bien muy preciado y apreciado, dado la enorme dificultad para todos los grupos sociales obtener este esquivo derecho. Hace días brillaba por luz propia la historia de la dificultad para las mujeres a la hora de alcanzar este derecho y con ello la defensa de sus intereses. Hasta los hombres tuvieron su camino de sufrimiento, elementos limitadores como la edad, luego la riqueza, fueron otros tantos muros que derribar.

Este camino tortuoso nos ha hecho olvidar que esos mismos filósofos, exclamaban que todo derecho tiene inherente un deber, la obligación de hacer con él, el mejor de los usos.

Ahí es donde todo se hace resbaladizo, jamás negando la necesidad del derecho al voto, cabe las preguntas, ¿Sabemos votar?, los motivos que nos empujan a la urna a ejercer nuestro derecho ¿son integradores, ponderados, no excluyentes en términos de clase, prevemos el bien general, sabemos en definitiva votar pensando más allá de nuestro propios intereses y del triste binomio adhesión- protestación?

Si el voto es solo un arma para defender nuestro derecho a ser el grupo mejor defendido, ¿Qué pasa con los votos de los demás?

Si al sistema de los partidos, ya malo al tener que representar a todo el pueblo desde la óptica de solo un 20, 30 ó 40 % de la población, le requerimos hacer solo lo que nos beneficia a nosotros, con un criterio económico egoísta, un criterio cultural unicista, el deseo de que sea mi país, mi región mi ciudad, mi barrio, yo mismo, el mejor tratado por el reparto de poder, sino los castigo y voto a otro.

En definitiva, ¿sabemos lo que queremos? y ¿Si lo que queremos es lo más correcto para el desarrollo sostenible de un país?, en caso de crisis, ¿Qué estamos dispuestos a dar de lo que nos sobra?, y eso que nos sobra mucho- Incluso dar de nuestra libertad-, de nuestro derechos, a otros, los cuales a pesar de tener por Ley los mismos, carecen de los medios para disfrutar de su efecto.

Pero estas bondades nos son inherentes a la raza humana, se aprenden y claro está, se enseñan. Pero no desde una realidad “embudo”: mi cultura es la mejor, mi comida es excelente y superior, mi tierra es la más bonita, mi raza la más preparada, mi lengua la que debe prevalecer.

¿Son estos los criterios los que nos acompañan a la hora de votar?

No me extrañaría que fuese en parte verdad, viendo como lentamente la extrema derecha va ganando espacios, o como las revoluciones árabes terminan en un baño de sangre porque los que no habían catado poder en evos, matan a su vez para mantener el poder.

Me decía un alumno el otro día algo que se me antoja, manido, pero que vuelve como los cantos rodados a los bajíos de los ríos,” voto a un proyecto, a unas ideas”.

¿Proyecto?, yo creía que se votaba para mejorar las cosas de forma práctica y efectiva, y que todo proyecto debía adaptarse a las realidades de la sociedad y no ceñirse a la teoría, en manos de un Torquemada cualquiera, ya vimos lo que este planteamiento dio de sí en el siglo XX, la gente embutida en quinquenios, o en loas al proyecto de la raza pura.

¿Y lo que se sale del proyecto y de las ideas preconcebidas y los que quieren mejorarlas durante el periplo de aplicación, que hacemos con ellos?, ¿los odiamos, después los atacamos y finalmente los destruimos?, para ver que tras dos generaciones renacen por que las causas primigenias que promovieron la aparición de estas personas no se han resuelto.

¿No sería mejor enseñar a votar a las personas desde una óptica integradora, desde el deseo de coordinación de las necesidades de todos, desde la solidaridad con el otro, y hacia algo que no fuera un partido, en definitiva fomentando lo común sobre lo diferente, sin por ello despreciar esto último.

En los colegios y Universidades, enseñar la historia del mundo y sus infinitas intercomunicaciones, no solo ceñirnos a nuestro país, nuestra región o pueblo, postergando así una cultura con bases universales.

¿No os habéis dado cuenta que nuestro hijos no saben nada de la historia de China?, menos de la de Australia, ni siquiera de la de Francia salvo que esté relacionado con lo “nuestro”, incluso la de los países iberoamericanos tras el final colonial nada de nada.

No nos olvidemos que la primera reacción ante lo desconocido es el miedo, después la comparación, y sin datos coherentes por la subjetividad, el rechazo.

Por lo que el derecho al voto, claro que si, pero exijamos para las generaciones que nos siguen, una preparación para ello, huyendo de adoctrinamientos, saliendo de una vez por todas de la misa, la de callar y obedecer.

Quiero disentir en voz alta todas las veces que considere que nos equivocamos, que me equivoco, sin que ello sea primera plana en los periódicos por extraño e inusual.

Quiero que el pueblo se empodere verdaderamente de la participación efectiva a la Democracia, y tener el poder de sacar a un gobierno de su sitio, antes de que acabe la legislatura a través de un impeachment reglado, entonces la participación superará a la simple urna.

Pero de momento solo estoy viendo subir a los radicales, los que buscan romper hasta la urna, o que esta solo sea para ellos, desterrando de todo derecho al “otro”. Por ello escribo este humilde artículo, porqué en mi mundo ni hay miedo, ni hay “otro”.

Artículo de colaboración de William Vansteenberghe

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