Desmesurado

Que el accidente ha sido terrible, nadie lo duda. Que es el más grave que se ha producido en muchas décadas, ya lo sabemos. Que España se ha conmovido de dolor y consternación y ha dado generosas muestras de solidaridad, es indudable. Y de todo punto natural. También es verdad que hay un derecho y un deber informativo: que las cosas deben ser contadas bien e investigadas con detalle. Pero llegados a un punto, lo siento mucho, España se me antoja desmesurada.

Para mi gusto es excesivo el tiempo que las cadenas de televisión han dedicado al terrible accidente de Santiago de Compostela: excesivo que los telediarios se emitieran con el presentador sobre el terreno y excesivo que toda la tarde del día 25, según me cuentan, se estuviera hablando de lo mismo, continuamente, enlazando la edición informativa de las tres de la tarde con la de las nueve de la noche

Cuesta explicarlo, pero se me antoja que la España desmesurada y pasional, la España emocionalmente pendular, también esa España pesimista que lleva varios años de crisis lamiéndose sus heridas ha encontrado en el accidente una especie de lenitivo que se le amolda. La catástrofe, de ese modo, es un desbordamiento donde la noticia no tiene orillas ni en el tiempo ni en su intensidad; donde el dolor se puede expresar sin matices ni cortapisas; donde las acciones de las personas permiten hallar de nuevo acciones sublimes de heroísmo que habitualmente se han evaporado en el periodismo…

No le quito dramatismo a lo ocurrido, pero observo una desmesura informativa, un desbordamiento de magnitudes en el que no se daban datos nuevos sino una superposición de la misma noticia con la variable acumulativa de la cifra de víctimas mortales.

Renglón aparte merece, por ese mismo cauce, la desmesura crítica que va a ir desperezándose a lo largo de la semana. Si ya han aparecido las muchas y sonoras deficiencias de coordinación de unos servicios de emergencia que a los ojos del público han sido admirables desde el primer minuto, el desgaste de la imagen del concepto AVE ha sido inmediato, además de injusto y falso.

En efecto, la red de trenes AVE es una de las infraestructuras más modernas, eficientes y seguras que España tiene. Y aunque desde el primer minuto se está informando que el tren Alvia accidentado no es un servicio AVE, porque ni tiene su velocidad ni dispone de su seguridad, basta poner “alta velocidad” en los titulares para que el enmarañamiento informativo se haga presente, tanto en España como en el extranjero.

Pronto oiremos los lamentos de las empresas españolas que, con la marca AVE en la cartera han salido al mundo a vender proyectos de trenes rápidos y eficientes. La competencia es obvio que está aprovechando el accidente de Compostela desde el primer minuto.

Por otra parte, muy pronto caeremos también en la cuenta del error que ha supuesto en los últimos años alimentar ese desaforado anhelo que los medios de comunicación y los políticos han hecho crecer en España, a base de prebendas y promesas regionales, de que todas las grandes ciudades iban a tener un servicio AVE, en tanto que no estábamos ante un servicio reservado para las muy grandes ciudades sino ante un derecho consagrado a todos los españoles. De ahí que nacieran los “sucedáneos con carga política”: un tren razonablemente rápido, pero con el inequívoco “pico de pato”. “Que se parezca al AVE cuanto más mejor”, pedían los barones de los partidos.

En medio de tanta desmesura es cuando llega la confusión, también desmesurada y en ocasiones deliberada. Por eso no es raro encontrar ese pesimismo ácido que gusta tanto a los amantes de una España negra donde todo va mal: también en esto hemos fracasado, también esto nos ha dado malos resultados, también aquí estamos pinchando… Por descontado que tanto pesimismo vendrá acompañado, en cuestión de horas, de ácidas críticas al Gobierno.

 

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