Jesús Montesinos

Dinero público, dinero privado

El dinero privado es mío y solo yo lo puedo tocar. El dinero público es de todos y por lo tanto también yo lo puedo tocar. Con este principio moral se comenten todas las fechorías que diariamente nos avergüenzan en este país. Y con este principio moral Moral Santín, Blesa o cualquier de los otros 86 privilegiados de Caja Madrid se autojustifican por disponer de 15 millones de euros para gastos de representación. No son unos inmorales, es que la moral instalada en este país lo permite.

Porque resulta que eso se sabía, como se sabía que la Feria de Valencia hacía obras imposibles para que cuatro constructoras sacaran buen dividendo. O los 510 millones de euros en desaladoras que ahora no sirven para nada. Todo está hecho con dinero público y por lo tanto es de todos y por lo tanto yo puedo decidir gastarlo con una tarjeta en un restaurante o una casa de putas o construir una depuradora que nunca funcionará. Hay una voluntad expresa de engañar porque se entiende que lo hago moralmente y por el bien de la empresa pública, el pueblo o el partido.

Max Weber ya lo decía en su obra “La ética protestante y el capitalismo”, al señalar como la ética permite ciertas alegrías con tal de ganar dinero. Hay una gran confusión entre lo público y lo privado, de la misma forma que hay una confusión entre iglesia y estado. Y la confusión ocurre entre políticos con responsabilidad y también entre los ciudadanos. El absentismo laboral en la administración es también una forma de malbaratar el dinero público. O engañar en la declaración de la renta. O llevarse las medicinas del hospital donde trabaja una enfermera. Los futboleros muy valencianistas aceptan que un banco público (Bankia) pierda dinero de todos con una quita de millones a Peter Lim para que compre el Valencia CF.

Pero en el caso de las tarjetas de Caja Madrid, que resulta muy jugoso mediáticamente, los hechos son más que evidentes en esa confusión. Estoy seguro que José Acosta o el propio Blesa o los representantes sindicales que gastaban alegremente la tarjeta de oro pueden justificar que cada uno de los euros gastados estaba destinado a representar y procurar por la mejor marcha de Caja Madrid. ¡Si a ello dedicaban su vida!! Y lo pueden atestiguar las docenas de periodistas que habrán compartido comidas a mansalva pagadas con esas tarjetas (¿O por qué se creen que no ha estallado antes el lío?).

Es dinero público y cualquier ciudadano tiene derecho a gastarlo, dice el principio moral. Y así ha ocurrido en Caja Madrid y en mil empresas, organismos e instituciones públicas. ¡¡Que hay gente honesta!! ¡¡Por supuesto!! Pero ese principio moral es doctrina en España.

Daron Acemoglu y James A. Robinson editaron hace un par de años el libro Por qué fracasan los países (Deusto), que venía a decir que hay países que no pueden salir del marasmo por culpa de la corrupción política y la inmoralidad ciudadana. Y detallan que esos males vienen de lejos, que así ha sido la vida en España y sus colonias y que por eso fracasan los países, que viven siempre encelados por sus constantes crisis políticas, económicas y sociales.

Esa confusión entre lo público y lo privado está detrás de cada caso de los que están en los juzgados y de otros muchos que no se conocen todavía. Pero también detrás de muchos actos ciudadanos cuando tienen que ver con algo público. Yo me llevo folios de un despacho público porque lo pagamos entre todos. Y yo me llevo bolígrafos. Y yo un saco de cemento. Y yo pago con la tarjeta.

Pueden controlar las tarjetas como ahora quiere hacer Montoro. O quitar los coches oficiales. O reducir los gastos de representación. Pero aparecerán otras formas para seguir utilizando a mi favor el dinero público. En Alemania no se. Ni tampoco se si en Noruega. Pero en España lo público es de todos y por lo tanto mío y lo privado solo es mío.

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