Dos vivas a la desigualdad

Yo no quiero que usted y yo seamos iguales, estimado lector. Con todo el respeto se lo digo. ¡Precisamente porque le tengo respeto se lo digo! Yo lo que quiero es que seamos diferentes, y que explotemos (¡sic!) nuestras diferencias para complementarnos.

¿También en el mercado? También o sobre todo en el mercado. La desigualdad en el mercado «puede beneficiar a todos siempre que (…) todos podamos ser ricos, es decir, que nadie nos impida trabajar o montar una empresa porque hay un monopolio o un privilegio individual o corporativo, o porque somos mujeres o judíos o negros». De lo que se trata es de «sacar partido de esas diferencias», no de «suprimirlas por decreto». Y, por supuesto, de recompensar como se merece a benefactores de la humanidad como Larry Page y Sergey Brin (¿que no sabe quiénes son? ¡Búsquelos en Google, hombre de Dios!).

Los entrecomillados del párrafo anterior son de Carlos Rodríguez Braun, de su imprescindible ‘Estado contra mercado’. De donde saco también esto:

No hay (…) manera de eliminar la desigualdad humana: es inerradicable.
Los forjadores del ‘hombre nuevo’ pensaban que sí, que se podía erradicar, y erradicando erradicando exterminaron a cien millones de individuos, únicos en su especie. Singulares. Irrepetibles. No viene al caso el verbo en pasado: siguen exterminando en Corea del Norte, por poner un ejemplo desternillante. Qué igualdad padecen allí, por cierto: ominosa, insufrible; y sobre todo falsa: porque, lo dicho, lo que no puede ser no puede ser y porque los asesinos, los forjadores del ‘hombre nuevo’ norcoreano, no quieren: ellos lo que quieren es ser, por siempre jamás, más iguales que sus esclavos.

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Dinesh D’Souza publicó hace ya bastantes años un artículo memorable titulado «Dos vivas al colonialismo». No le daba tres porque era perfectamente consciente de que esa maravilla que le había permitido llegar a ser la encarnación india del sueño americano fue una auténtica fuente de sufrimiento para quienes, como su abuelo, más que beneficiarse de las instituciones políticas, económicas y culturales del ‘Raj’ británico, las padecieron o soportaron. A mí lo que me pide el cuerpo es darle tres vivas a la desigualdad, motor asombroso de progreso, pero me refrenaré en plan D’Souza y sólo le daré dos, para llamar la atención sobre su modalidad perniciosa, la desigualdad ante la ley. Curiosamente, la que defiende a capa y espada la izquierda reaccionaria, tan ‘Ancien Régime’ aquí también.

Mario Noya

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