El anacronismo no es la monarquía parlamentaria

 

Estoy haciendo una lista de las antiguallas que tenemos. He empezado a hacerla por pura diversión. Porque me divierte mucho el tópico de que la monarquía es una antigualla, que es un tópico que estos días, por motivos quirúrgicos bien conocidos, se maneja como sentencia inapelable contra tal institución. Y se maneja, conviene anotar,  desde el olvido o  la ignorancia de que no estamos ante aquellas monarquías de otrora en las que el rey detentaba el poder político. Ante lo que estamos, en España y otros países de Europa, es la  monarquía parlamentaria, donde la soberanía nacional (qué antigualla, se  llama soberanía) reside en el pueblo y el rey ejerce un papel simbólico, moderador y de representación.  

Si es un terrible defecto  que un régimen político, una forma de Estado o una institución hundan sus raíces en el pasado, estamos aviados, pues son muchas, por no decir casi todas, las que lo hacen. La democracia se dio en la Grecia clásica, donde se acuñó el nombre, aunque naturalmente sus rasgos se alejan de los que ahora tenemos por consustanciales a un sistema democrático. Con la república sucede tres cuartos de lo mismo, como muestra el caso de la antigua Roma, que se convirtió en un régimen republicano en el 509 a. C.. Pero hay otras muchas “antigüedades” que perviven entre nosotros, como son, por citar unas pocas,  el Estado, el mercado, la propiedad  y la familia.  Todas han evolucionado a lo largo del tiempo, todas han cambiado y se han remozado, igual que ha sucedido con  la monarquía.

Mucho se repite que la monarquía es un anacronismo, algo que pertenece a una época pasada, pero que permanece en ésta de manera incomprensible, porque lo suyo, lo progresista, lo fetén y  lo “más democrático” es la forma de Estado republicana. Sin embargo, el anacronismo es otro. Es creer que la disyuntiva entre monarquía parlamentaria y república refleja hoy alguna diferencia radical en la calidad de una democracia. La prueba de que es una creencia errónea se encuentra en la realidad política.

Nadie puede sostener que el Reino Unido y Suecia, con sus monarquías, son democracias inferiores a Francia y Alemania con sus repúblicas. Y, a la inversa, hay repúblicas tan escasamente democráticas como Venezuela o Irán. Esto, claro, por no entrar en  excentricidades como la República Popular y Democrática de Corea del Norte, rimbombante nombre que hospeda  a una dictadura comunista que, además, ¡es hereditaria!

En los siglos XVIII y XIX, allí donde los reyes mantenían las riendas del poder,  tenía sentido ser republicano. Se comprende incluso que entonces hubiera verdaderos creyentes en los efectos cuasi milagrosos de la instauración de una república. Hoy, sin embargo, tal postura despide un tufillo a alcanfor. Lo importante no es si un Estado es una monarquía parlamentaria o una república. Lo único que realmente importa es si es una democracia liberal o no.

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