El Consell Valencià de Cultura contra el fuego

El fuego, uno de los cuatro elementos presocráticos -el agua, el aire y la tierra son el resto- que mantienen su vigencia hasta la actualidad, con independencia de la cultura de origen (ya sea el budismo o el hinduismo con  el chatu dathu, ya la nipona que incorpora el vacío a la tetralogía, ya la china que los relaciona con los planetas mayores) es el causante de la tragedia que irremediablemente nos visita verano tras verano.

El fuego. Ese fenómeno físico y telúrico que discurre entre lo sagrado y lo fatuo, entre el fuego controlado del yacimiento valenciano de la cova de Bolomor hasta el bíblico y simbólico fuego purificador de Isaías o Zacarías, o el más pragmático y dramático de Torquemada y la inquisición. El “hermano fuego” de Francisco de Asís o el de la “hermana cordillera” de Pablo Neruda.

Pero también ese fuego que asola parte de nuestro territorio, tal vez el más preciado, el de los bosques y los campos valencianos en los que se asientan una flora y una fauna, reconocidas con el mayor grado de biodiversidad de la geografía europea. El que según los expertos, proviene en tres cuartas partes de la provocación criminal intencionada o de la negligencia no menos dramática; contra las que la prevención, por cuidadosa y rigurosa que sea, acaece finalmente inane.

Esas garras de león que representan el fuego en la mítica esfinge, Marte para los chinos, y Aries, Leo y Sagitario en el zodíaco, se torna pesadilla para los servicios especializados de la Generalitat cuando el calor arrecia.

Entre las medidas pasivas: limpieza y cortafuegos, control de plantaciones y quemas selectivas y mantenimiento de instalaciones se suman a una cultura profunda que debe tener su inicio en la educación escolar y recorrer la biografía de los jóvenes hasta la universidad y el postgrado. Entre las que llamamos activas: desde las más naturales y ecológicas hasta las más sofisticadas que proporciona la técnica – la mejor herramienta en la práctica del conservacionismo moderno –  todas son pocas para evitar un resultado doloroso que a menudo se cobra vidas humanas mientras destruye riqueza, identidad y confianza en el progreso.

Me ha interesado especialmente el concepto de “post-emergencia” que el conseller esbozó en su valiosa intervención en el CVC, por cuanto tiene de atención al ciclo completo, y de relación con las estrategias más eficientes de producción de bienes útiles sea cual fuere el campo de la creatividad al que pertenezcan. Si, como parece, se actúa con rigor y desapasionamiento, con profesionalidad y sin voluntarismo, bajo la guía y dirección de los expertos, esta tercera “pata” compondrá, junto a la prevención y la extinción, un trípode imprescindible en la lucha ancestral contra el fuego destructor.

Una vez más, el CVC  con su presidente Grisolía a la cabeza, ha demostrado entender la cultura en su sentido más amplio, moderno y productivo. Para satisfacción de los que pertenecemos al mismo y, si se me admite la ambición, para el conjunto de la sociedad valenciana. La difusión de esta cultura y de esta sensibilidad específica ante uno de nuestros valores patrimoniales más relevantes, se me antoja una de las más nobles tareas de cuántos trabajamos en esta Comunitat por el bien común, por el estado de bienestar y por la felicidad de los ciudadanos que la habitan.

 

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