El espía que no se fue al frío

Sólo tiene veintinueve años y para el periódico “The guardian”, al que realizó las confidencias que han puesto patas arriba a los Servicios de inteligencia de Estados Unidos, es el espía más importante del último cuarto de siglo. Edward Snowden abandonó Estados Unidos hace días y aterrizó en Hongkong en donde hizo sus revelaciones al periódico citado y al “Washington Post”. Dice que actúa desinteresadamente por defender la libertad y la privacidad y acusa al gobierno de Estados Unidos de montar un desaforado sistema de escuchas telefónicas y de incursión en ordenadores privados que no tiene el menor parangón en la historia del espionaje.

Lo que ha seguido es conocido: en Estados Unidos se ha producido un cierto revuelo, sin exageraciones, y los miembros del Gobierno y los senadores que encabezan el Comité de Inteligencia del Senado se han lanzado en tromba a justificar la existencia del programa, según ellos no se escuchan conversaciones, sólo se estudia con quien conectan eventuales sospechosos, y el sistema habría abortado varios atentados, entre ellos uno de un suicida en el metro de Nueva York y otro contra el periódico danés que publicó las caricaturas de Mahoma. Dentro de Estados Unidos el  brote de escándalo está relativamente contenido.

Hay sin embargo otros aspectos peliagudos: Snowden, al que varios políticos han tratado de desertor y traidor, ha desaparecido del hotel de Hongkong, las autoridades de Londres han advertido a las líneas aéreas que no lo admitan en ningún vuelo hacia las islas británicas, y se teme que tenga en su poder material más sensible aún que, publicado, deje en evidencia a Washington y que cree más problemas en la lucha contra el terrorismo.

China, de su lado, observa sin comentarios un asunto que por ahora sólo le reporta beneficios. Empresarios y políticos estadounidenses viene diciendo que China practica toda clase de piratería con ordenadores sensibles de Estados Unidos, roba secretos industriales para copiar productos, intenta hacer otro tanto con los militares….Pekin lo niega y, de pronto,  Snowden le hace un regalo opíparo. Según el espía, Estados Unidos estaría a su vez entrando, o esforzándose por hacerlo, en centenares de ordenadores de todo tipo de China. Ahora los dirigentes chinos encuentran un aliado inapreciable que les permite contraatacar diciendo : ¿ Ustedes me acusan a mí de algo no probado y que ustedes, sin embargo, sí practican según confiesa uno de sus expertos?

No menos interesante es la reacción ante el desarrollo de la novela Snowden que, obviamente, tarde o temprano será llevada al cine. En Europa, abundantes comentaristas se rasgan las vestiduras ante la conducta y el afán de escuchas del gobierno de Estados Unidos. No es de recibo, se argumenta, enfrentar o anteponer la seguridad nacional al derecho a las comunicaciones libres, incontroladas de los ciudadanos, en definitiva a la privacidad. En Estados Unidos, sin embargo, sí es de recibo. Un número mayoritario de ciudadanos dice que prefieren estar seguros, que prefieren que no se produzca un atentado, aunque ello signifique que haya más cámaras de televisión que barren las calles o más controles en las llamadas telefónicas. Si esa intromisión estatal significa que se puede evitar un atentado como el del maratón de Boston o una bomba que hace estallar un loco o un fundamentalista en el metro de Nueva York con decenas de muertos, la injerencia, el control son, por ahora, bienvenidos.

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