El peligro de hacerse un selfie

Ya sabemos que una pareja ha muerto al caer por un acantilado haciéndose un selfie delante de sus hijos. Terrible.

No es el único caso, Varios conductores, en distintos países, han fallecido en accidentes de tráfico al fotografiarse a sí mismos al volante. Otros, más afortunados, no han muerto, pero sí se han accidentado o, al menos, han sido multados por su imprudencia al colgar esas fotografías en Internet. O sea, no solamente han sido temerarios, sino tontos.

La moda del selfie, la autofotografía, causa estragos. La explicación radica en su comodidad: ya no hay que pedir a otros turistas que nos saquen la foto de pareja, para justificar así que hemos estado de vacaciones con nuestro cónyuge, sino que la hacemos nosotros solos. Pero lo que no era más que una facilidad se ha convertido en un vicio.

Ya no hay acontecimiento, competición, fiesta, o sarao a la que no vaya todo el mundo con su smartphone, su tableta o lo que sea para plasmar no el acontecimiento en sí, sino el que uno ha estado allí.

Sucede hasta en las recepciones oficiales, en las que las protocolarias filas de los correspondientes besamanos están llenas de visitantes con cámaras para poder inmortalizar el momento. Los asistentes han perdido formalidad y compostura, pero han ganado en visibilidad y presencia. Hace pocos días vimos, por ejemplo, cómo el baloncestista Ibaka hacía un selfie con Rajoy en su visita a La Moncloa.

El peligro de esta moda no es sólo físico, sino el de la constancia del hecho en sí. Dada la azarosa biografía de todos nosotros, ¿cuántos acontecimientos del pasado nos gustaría no haber vivido? Pues ahora, con el selfie, ya no podremos negar que estuviéramos allí y que hicimos esto o aquello.

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