El reino de las mil tribus

Érase una vez que se era un reino donde reinaban mil tribus, todas ellas enfrentadas entre ellas mismas. Desde hacía años vivían en disputas permanentes sobre todo lo imaginable. Peleaban por su nombre como reino, discutían hasta la saciedad sobre qué bandera enarbolar, hablaban mil lenguas diferentes por lo que no se entendían y siempre estaban a la greña por ver qué tribu era la que mejor defendía el reino.

En lo único que estaban de acuerdo era en lo bien que se vivía en este antiguo reino de las mil flores. Bañadas por el mar, las tierras de este reino eran fértiles más allá de la dedicación de sus hombres. Y como su territorio era alargado constituía un corredor geográfico por dónde habían pasado y pasaban otras tribus que dejaban siempre su propia impronta. Era un lugar paradisiaco hasta el extremo de ser ese su principal problema.

Faltos de mayores deseos por una supervivencia innecesaria, sus gentes habían derivado en las mil tribus que nunca se ponían de acuerdo. Cuando años de buena cosecha y mejor bonanza llevaban a las gentes a preocuparse sólo de lucir buenos trajes, edificar ostentosos edificios en honor de algún dios o grandes espectáculos de cuadrigas en la arena del circo, todo se olvidaba en beneficio de la suntuosidad y del alarde que todos disfrutaban. Daba lo mismo lo qué costara esa suntuosidad. Todos estaban encantados con lucir más que otros reinos vecinos.

Pero cuando llegaban las vacas flacas las tribus volvían a sus históricas disputas. Pese a las numerosas reuniones de notables para encontrar la paz, las tribus eran incapaces de aceptar las reglas del juego. Unas veces las rompían los azules, otros los bicolores y otras incluso aquellos que no querían convivir con otras tribus y pretendían segregarse para montar otro reino.

Algunos viejos del lugar contaban que todo esto sólo demostraba una incapacidad para autogobernarse y que lo mejor sería que el rey de otro reino se hiciera cargo de poder orden entre las tribus. Pero otros ancianos explicaban que todo era una lucha de poder entre los jefes de las tribus, que movilizaban a sus guerreros para imponer sus ambiciones a otras tribus. Y por eso estaban todos peleando desde hacía tantos años y siempre sobre los mismos asuntos.

Y mientras las tribus continuaban con sus históricas cuitas, otros reinos vecinos acudían unidos a todos los torneos, conseguían cultivar mejores productos en tierras peores y recibían el parabién de grandes artistas e inventores que se instalaban en sus tierras. El reino de las mil tribus languidecía mientras se culpaban unos a otros de la decadencia.

Cuentan las leyendas que el reino de las mil tribus y de las mil flores fue lentamente apagándose, mientras los más jóvenes y mejores hombres y mujeres de las tribus se marchaban a otros reinos cercanos a buscar fortuna. Y llegó un momento que el reino desapareció y de él nunca más se supo. Los que quedaron olvidaron sus penas con grandes comilonas, mayores fiestas y festivales taurinos, grandes tradiciones culturales del reino de las mil tribus y las mil flores.

Jesús Montesinos

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