COMPLICADO RESULTADO ELECTORAL, NECESARIA REFLEXIÓN CONSTITUCIONAL

El resultado electoral, la gobernalidad y los protagonistas

Opinión de Mariano Ayuso Ruiz-Toledo. Abogado, Director de Ayuso Legal. El resultado electoral, la gobernalidad y los protagonistas

El resultado de las pasadas elecciones del 26J no ha podido ser más claro y definitorio de la actual: el PP se recupera (dentro de la bajada histórica del 27D-2015), el PSOE se mantiene (dentro de los peores resultados de su historia), Unidos Podemos mantiene su cuota de poder (pero pierde un millón de votos) y Ciudadanos retrocede (teniendo un buen resultado frena en seco sus expectativas).

Las interpretaciones son tantas como intérpretes y se cocinan desde las propias esperanzas o frustraciones (desde “esto es el principio de una recuperación total” hasta “los españoles se equivocan”), con una total pérdida de fe en la demoscopia. Pero, en realidad, todos saben muy bien donde están, su futuro probable y dónde deben estar para conseguir un futuro deseable. Lo que distorsiona la toma de decisiones –una vez que, expresa o implícitamente, tienen claro ese análisis- es que los intereses del respectivo partido no coinciden muchas veces con los del dirigente (y no digamos con los intereses generales de España y de los españoles, además desde cada ideología, que es diversa dentro de cada partido).

Si tuviéramos que hacer un análisis objetivo, tomando en consideración los programas de las cuatro grandes opciones, sería muy fácil. La opción mayoritaria de los electores –con una mayoría absoluta muy amplia- es por el centro constitucionalista: PP (con ideología, según sectores, democristiana o liberal, y partidario de un Estado unitario con estructura autonómica), PSOE (socialdemócrata neto y partidario de un Estado federal mantenedor de la unidad de España) y Ciudadanos (demócrata-liberal y partidario de un Estado unitario) tendrían por fuerza que pactar la investidura, de manera más o menos clara, para asegurar la gobernabilidad del Estado y una reforma, necesaria, de la Constitución sin saltos en el vacío.

Incluso, con muy buena voluntad, sería interesante un pacto de gobierno con reparto de carteras. Pero tendría un coste en el futuro de los partidos: prácticamente ninguno para el PP (aunque a medio plazo pudiera surgirle un partido a su derecha, probablemente no sería una grave amenaza para su mastodóntica estructura de afiliación y cuadros), ambivalente para el PSOE (su sentido del Estado, manifestado con estos pactos, le aseguraría su carácter de gran opción de centro-izquierda, pero podría provocar una migración de voto a Podemos, dependiendo del éxito económico-laboral del nuevo gobierno) y peligroso para Ciudadanos como partido independiente (pues probablemente sería absorbido por el PP, salvo los cuadros dirigentes que tuvieran sus cargos públicos fundados en la cualidad de bisagra del partido).

Visto así el análisis –y es de suponer que lo tienen examinado en estos términos los tres partidos- ¿por qué no llegan de inmediato a un acuerdo?

La respuesta es sencilla: de inmediato no va a ser prudente, pues las bodas requieren un “noviazgo” y las negociaciones un tiempo de espera entre oferta y contraoferta, incluso si no se plantean como una guerra de nervios (“ablandando” a la contraparte con tiempos de espera o deliberación). Pero incluso a medio o largo plazo el personalismo y la ambición individual de los líderes dificulta el pacto.

En los periodos preelectorales se han generado enemistades e incompatibilidades grandes –sobre todo por parte de Sánchez y Rivera contra Rajoy- y pretenden obligar a éste a dejar paso a otro líder popular. Pero Rajoy después de una remontada histórica, llevada en gran parte por él personalmente, es improbable que acceda a este chantaje –y sus bases y cuadros le apoyan-, por lo que Sánchez y Rivera deberán replantear sus vetos y sus votos en la investidura. A esta decisión ayudará el que Sánchez será apartado del liderazgo del PSOE –y de la política- si no accede ya a una cuota de poder (y no va a poder alcanzarlo con Podemos y Ciudadanos), y la única esperanza de Rivera para mantener su liderazgo (y la posibilidad de colocación de sus cuadros dirigentes en los aledaños del poder), con un partido que ha comenzado su ocaso, es incorporarse como renovador y “sangre nueva” a una coalición de centro gobernante.

Parece, pues, que la gobernabilidad de España pasa por estos pactos y por una reconsideración de los personalismos y los antagonismos.

 

 

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