Enrique Arias Vega, colaborador en Valencia News. Más fácil protestar que hacer

El síndrome de Cataluña

Hay síndromes muy perturbadores para quienes los padecen, como el de Estocolmo, que consiste en simpatizar tanto con tus secuestradores que acabas convirtiéndote en uno de ellos. Le sucedió a la célebre millonaria Patty Hearst, trasmutada en guerrillera del sedicente Ejército Simbiótico de Liberación.

Algo de eso —y de bastante oportunismo político— cabe suponerle a Montserrat Nebreda, que fue número dos de Josep Piqué en 2006 y que hace sólo seis años disputaba a Alicia Sánchez Camacho la jefatura del PP en Cataluña. Ahora, convertida al soberanismo de Artur Mas, será la candidata de su partido a la alcaldía de Sant Just Desvern.

Ya ven que hay cambios de chaqueta más llamativos que el de San Pablo. Y también más habituales. Sólo así se explica la existencia del colectivo Súmate, de cientos de catalanes castellanohablantes defensores de la próxima consulta independentista. No deja de ser paradójico que, reprimido como está el uso de su lengua en la enseñanza pública, apoyen a su represor en vez de discutirle.

Y es que la situación social y política ha cambiado dramáticamente en Cataluña durante esos años, delante mismo del resto de una España displicente, que no se ha dado cuenta de un fenómeno tan ostensible hasta ser ya demasiado tarde.

Al comienzo de la Transición política, el independentismo catalán era una opción minoritaria, casi residual. Durante el mandato de Joan Hortalà (1986-1989), ERC no obtuvo ningún escaño en Madrid, frente a los 3 actuales, y sólo 6 en Barcelona, frente a los 21 de hoy día.

Fíjense si han cambiado o no las cosas. Pero es la mutación de Nebreda la que pone la guinda al pastel del independentismo rampante y totalizador que ha reducido el concepto de España en Cataluña a una reliquia del pasado.

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