¡Empieza la Liga!

El verano está siendo sensacional, como siempre. Tener 21 personas en casa te llena la vida. A veces, te la llena demasiado, sobre todo cuando un niño empieza a llorar y contagia a los siete restantes; o cuando sus respectivos padres creen que ya están todos dormidos, y aparece uno que quiere agua, otro que se queja de que no le dejan dormir, otro que oye un ruido extraño y otro que remata diciendo que tiene hambre, momento en el que todos deciden tener hambre y la noche ha vuelto a estropearse por enésima vez.

La ventaja de ser abuelo es que, cuando las cosas se ponen feas, te puedes ir a tu despacho a pensar o, más honradamente, a la cama, a dormir. Y todos dicen: “no molestéis al abuelo”.

El verano ha tenido dos pegas: una, que Marca TV ha dejado de emitir, estropeándome “La noche del boxeo”, que veía con toda asiduidad, sin saltarme ni un solo combate. Otra, que no ha habido fútbol. Y así como sin boxeo algunos pueden vivir, la mayor parte no podemos respirar sin ese negocio que es el fútbol.

Como decía un amigo mío, “cuando digo negocio quiero decir negocio. Si hubiera querido decir deporte, hubiera dicho deporte, que soy muy preciso en mis expresiones”.

Un negocio que, si te lo tomas en serio, puede producir millones de euros en camisetas vendidas, en derechos de televisión, en venta de bufandas y en giras por países remotos donde, según dicen, ningún chaval del país puede dormir si no está abrazado a la foto de un jugador de tu equipo.

Si no te lo tomas en serio y piensas que la tele ya pagará, que las camisetas ya se venderán y que la facilidad de crédito te permitirá comprar muchos jugadores, extranjeros, exóticos, aunque no distingan un balón de fútbol de un balón de rugby, te vas a segunda división. Yo, que soy del Zaragoza hasta la muerte, sé bastante de eso. (lo de “hasta la muerte” no lo había dicho hasta ahora, pero, tal y como están las cosas en mi equipo, o les mando ánimos o me sentiría mal.)

La gente se toma -nos tomamos- ese negocio, vulgar negocio, muy en serio, llegando felices a casa, porque ha ganado nuestro equipo, aunque haya jugado horrorosamente mal, pero festejando que, en un fallo garrafal de un delantero nuestro, la bola, que iba directa al banderín de corner, tropezó con la espalda de un jugador contrario, despistó al portero y entró.

Comprendo que, cuando mi equipo pierda por 0-8, la gente rompa el carnet de socio, comprobando previamente que ya estaba caducado, y que saque pañuelos blancos y le grite al presidente que se vaya, cosa que el pobre no puede hacer, porque, creyéndose lo del negocio, la tele, las camisetas y las bufandas, compró el club, se endeudó hasta las cejas o bastante más, y ahora, sin tele, sin bufandas y sin socios, cuando le dicen que se vaya, suspira y piensa: “si pudiera…” O sea: “si alguien me comprara las acciones por un euro y se hiciese cargo de la deuda…”

Gracias a Dios, han adelantado el calendario y la Liga empieza el próximo sábado. Con la extraña distribución de los partidos y los extraños horarios, porque igual le hemos vendido los derechos a la televisión china, tendremos fútbol abundante. Como además, jugamos Champions y algunos partidos amistosos de la selección de mi pueblo, que para eso le han hecho unas camisetas patrióticas y hay que llevarlas, tenemos la semana completa. Por si fuera poco, ayer me enteré de que una cadena pone el sábado “La noche del boxeo”. O sea, se me presenta un futuro apasionante.

Todo lo anterior es verdad. Pero no olvidemos lo que he dicho antes, que el fútbol no es un deporte. Es un negocio, vulgar y corriente, en el que en vez de comprar y vender televisores, se compran y venden señores que juegan. Algunos de ellos son propiedad de fondos de inversión, lo que me hace respetarles cada vez más, porque igual nos quejamos mucho, pero algunos tienen unos ahorrillos en un plan de pensiones que es propietario de alguna figura de estas. Los jugadores se compran y se venden por precios muy altos, que escandalizan a la gente, sin razón, porque, cuando un constructor compra una máquina por muchos millones, la gente ni se inmuta, y cuando ese constructor, metido a presidente de un club de fútbol, compra un futbolista por esa cantidad, todo el mundo dice que no hay derecho.

Al futbolista se le piden unas cuantas cosas: que sepa jugar, y, si es posible, que sea resultón y novio de una modelo. (Yo, que a veces soy un poco mal pensado, pienso que en algunos contratos debe estar incluido el suministro de modelos majas, que vayan a los partidos con unas gafas oscuras muy grandes, previamente aleccionadas de cuándo tienen que levantarse para gritar entusiasmadas y cuándo tienen que taparse los ojos horrorizadas, porque a su jugador le han puesto la zancadilla y se retuerce tirado en el campo con gesto de dolor).

El jugador, normalmente, tiene un representante. Persona fundamental. Conoce muy bien el mercado, sabe que en el Anzhi Majachkalá de Moscú necesitan un lateral derecho que bascule hacia la izquierda cuando el doble pivote afloje y que en el Zaragoza necesitan 11 jugadores y un entrenador. (Baratos, por favor, en este caso.)

El representante cobra, por supuesto, y hace bien. Porque, hablando en serio, tiene un trabajo que exige muchas horas de despacho, mucho teléfono, muchos e-mails, muchos viajes. Y eso no se hace gratis. Si, además, el representante es pariente del jugador, mucho mejor. Así, todo queda en casa.

Al cabo de poco tiempo -uno o dos años- puede ocurrir que el jugador, animado por el representante, llame a un periodista y le diga que está triste, porque aquí hace mucho frío/mucho calor, y que necesita cariño. Cuando yo necesito cariño, me lo da mi familia. A él también, pero, además, si le aumentan el sueldo, más cariño. Una vez conseguido, el futbolista vuelve a sonreír, cambia de novia, porque la anterior no acertaba con los gestos de alegría/horror que tenía que hacer en el partido, y sigue jugando, aunque, de vez en cuando su representante hace correr la voz de que un equipo muy bueno, cuyo nombre se reserva por ahora, está muy interesado por él.

Algunos jugadores, al llegar, dicen unas palabras en lengua vernácula, que son acogidas con lágrimas en los ojos por los clientes, o sea, por los que han comprado las entradas para oírles hablar -farfullar, sería más exacto-, porque nada más enfundarse el equipo, les han enseñado a decir lo que hay que decir: que lo principal es el equipo, que lo que diga el míster va a Misa, que él ha venido a ser uno más y ayudar a conseguir títulos y que sabe que no tiene garantizado jugar, pero que trabajará mucho para hacerse un puesto en el equipo. Todo ello, acompañado por besos al escudo del club, excepto uno del Madrid, que ha dicho que no besa. Los hay raros.

Esto es el negocio. Con frecuencia, las deudas son increíbles, los bancos aprietan, el club hace concurso de acreedores, no paga a los jugadores y se le amenaza con bajar a 2ª B. (Si 2ª es el infierno, 2ª B debe ser algo inimaginable). Cuando bajan a 2ª, se acabó la tele; camisetas, no se vende ni una; bufandas, solo si hace frío. Se venden jugadores y a sobrevivir, si se puede. Y si no, se amenaza con la desaparición del club, a ver si el Ayuntamiento, que prácticamente está en bancarrota, decide que, total por unos euros más de deuda, se hace cargo de la del club, que así no baja a 2ª B.

A pesar de todo, estoy deseando que llegue el sábado, que empieza la Liga. No sé a qué hora será. Pero a las 12, pase lo que pase, pongo el boxeo.

Ha vuelto la normalidad.

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