Esperanza Aguirre, ‘calç i sorra’

 

Estuvo bien el otro día Esperanza Aguirre en el Círculo Ecuestre de Barcelona, cuando denunció el adoctrinamiento nacionalista en las escuelas catalanas, el avergonzante servilismo de los medios del Principado y el papel(ón) de los partidos políticos de aquellas tierras, donde se ha pasado del «Llibertat, Aministia i Estatut de Autonomia» a los subsidiados aquelarres independentistas. Pero como lo mejor es enemigo de lo bueno, por querer bordarlo también estuvo mal. Cal y arena, ya digo.

La Esperanza de cal fue la crítica y la de arena la conciliadora, qué putada pero qué se le va a hacer, así fueron las cosas y así paso a contárselas.

¿Dónde patinó la expresidenta? Prácticamente cada vez que intentó regalar gratuitamente los oídos del auditorio, no tanto el real como el imaginario, una ‘Catalunya Grande Gran’, digamos. ¿Cómo que profesa usted simpatía «por todo lo catalán», doña Esperanza? ¿También por lo malo? ¿También por ‘lo catalán’ vomitivamente antiespañol? A ver si, por agradar, vamos a acabar como los nacionalistos del PNV que, cuando dejaban de agitar el árbol y caía una nuez especialmente ensangrentada, negaban que los de ETA fueran vascos. Tampoco se lució cuando, tras hacer un somero repaso de su genealogía, dijo: «Puestos a buscar cromosomas catalanes, no seré yo la que tenga menos». Claro que lo dijo en broma, pero las bromas, en tierras del doctor Robert y Pasqual el Asimétrico, las carga el diablo del nacionalismo identitario.

Pero ya cuando patinó como aquí el amigo Tontolhaba fue cuando, por ensalzar, empezó a menospreciar. Cuando displicente sacó a pasear el «café para todos» como razonable motivo de queja catalán. ¿Y eso, doña Esperanza? ¿Qué pasa, que los demás nos tenemos que conformar con aguachirri? Otra cosa es que haya que pagarlo. El café. Todos. Empezando por los estupendos que por supuesto nunca llevan un euro encima, qué vulgaridad, y los yonquis del «Lo mío es mío y lo tuyo de los dos». (Para colmo, se puso enseguida a hablar de ‘balanzas fiscales’, ese engendro que no hay por dónde cogerlo). 

«Con ese ‘café para todos’ se puede comprender a los que dicen que así no se reconoce la especificidad de Cataluña». Se puede, pero no se debe. Sobre todo si uno es liberal y sabe distinguir los juegos de suma cero y los juegos donde todos ganan. El hecho de que Murcia –que, a diferencia del Principado, fue reino, doña Esperanza, no parecía usted reparar en ello el otro día– tenga autogobierno no le impide a Cataluña disfrutar del suyo. ¿Especificidad? En vez de negársela a los demás, que se la ganen. Esto es como en el mercado, ¿sabe? Que cada uno ponga en valor lo suyo y lo haga notar a la concurrencia.

Lo del ‘hecho diferencial’ catalán es una filfa, estimada expresidenta. O si no, vaya y explíqueselo a los aragoneses, a los baleares, a los valencianos, por no salir de aquella Corona. Con una ‘relaxing cup’ de café… para todos, casi mejor.

‘Last but not least’, lo de la “catalanización de España”. Se le entiende, doña Esperanza, salta a la vista que a usted le guía el amor a la patria y que su principal afán es restañar heridas. Pero es que no es eso, no es eso. De lo que se trata, doña Esperanza, lo sabe usted perfectamente, en la Puerta del Sol y en el Círculo Ecuestre, es de que los nacionalistas dejen de odiar a España. De odiar a Cataluña, vaya.

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