Etiología de la catástrofe

Cuando alguien le preguntaba a Marcelino Camacho por la fecha de conclusión de una huelga, solía decir tan cauto como sabio: «Las huelgas se sabe cuándo empiezan, pero nunca cuando terminan». Y tenía razón. Las guerras son todavía peor: no se sabe cuándo se inician, y mucho menos la fecha final. 

Me he acordado de todo esto al leer a Félix de Azúa, que rememora en un viejo artículo las confidencias de un profesor de la Universidad de Bratislava, en las antevísperas de lo que luego sería una de las guerras más crueles, más salvajes y más monstruosas del siglo XXI, caracterizado por el triste privilegio de haber albergado dos guerras mundiales. 

Le contaba el profesor cómo la exacerbación del nacionalismo iba aumentando de semana en semana, hasta que llegó un  día en que los estudiantes que compartían la misma pensión, y que habían trabado esa amistad que nace en la trinchera de los pupitres, comenzaron a dejarse de hablar, primero, y a odiarse, después, en razón de algo tan azaroso como su lugar de nacimiento. 

A mi padre le oí decir que mi abuelo movía la cabeza, cuando todo el mundo a su alrededor aseguraba que el levantamiento de Franco no iba a durar más de una semana, y no hace falta ser un experto en Historia para recordar el escepticismo europeo sobre el estallido de un conflicto bélico en el verano de 1939, y eso, a pesar del reciente término de la guerra civil española. 

Cualquier profesor de enseñanza primaria conoce el proceso por el cual dos chicos comienzan a jugar fingiendo una pelea, y acaban golpeándose en serio y hasta sañudamente. A la espiral de la agresividad le sucede como al agua. El agua soporta temperaturas realmente altas sin que rompa a hervir, pero hay un instante en que el calor es tan intenso que estalla la ebullición. 

Ahora estamos jugando con las palabras. Nacionalista, españolista, agravio, defensa, identidad… De vez en cuando se escapa algún insulto: ladrones, traidores, desleales, opresores… Y alguna amenaza. En 1968, en Irlanda del Norte, comenzaron así. El terrorismo se llevó por delante la vida de casi 800 personas, casi todas militares británicos, y la destrucción económica. Casi medio siglo después han logrado una autonomía menor que la de La Rioja, pero ya han vuelto a discutir sobre si ponen o no la bandera del Reino Unido. Por no hablar del País Vasco, que está más cerca. Y la que siempre está próxima es la catástrofe.. cuando se coquetea con ella. 

 

Luis del Val

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