¿Europa?

Nota indignada 1: La Marca España es una idiotez para patrioteros y tertulianos descerebrados. Nota indignada 2: El día en que el gobierno autorice a fumar en Eurovegas, seré el primer no fumador que encienda un cigarrillo en el bar de la esquina. Nota indignada 3: Nótese la similitud de los comentarios del primer ministro turco Erdogan al referirse a los manifestantes de la plaza Taksim (“unos pocos vagos” y “elementos extremistas”) con los del presidente del gobierno español y los del ministro del interior al hacer lo propio con las gentes del 15M.

 

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Hoy voy a ser original: defenderé a la Unión Europea.

A ninguno de los españoles que padecen la horrorosa crisis económica que nos tiene en la ruina se le ocurriría que, para combatirla, es preciso desmontar el Estado español.

¿Cómo es posible entonces que haya quien pide la disolución de la Unión Europea por la simple y primaria razón de que se encuentra en el ojo del huracán económico y financiero que nos asuela a todos los europeos? ¿Piensa alguien que ganaríamos algo con ello? Bueno, perdón, es obvio que sí lo piensan. Y desaparecida la UE, ¿se disolverían en la nada los problemas? ¿Cómo? ¿Volvería a fluir el dinero, se acabaría el desempleo, el sistema bancario se enderezaría y todos tan felices por arte de magia? Los cuentos de hadas están muy bien para el parvulario.

Echemos la vista atrás. Primero se creó el mercado común, una plaza de mercado a seis, que evolucionó hacia una unión económica con instituciones serias nacidas para regular la economía europea y hacer que el desarrollo de todos fuera armónico. A 27, lo que no es tarea fácil. Pero también hecha a medias como sabemos: banco central que no acaba de centralizar, IVAs e impuestos de sociedades que varían de un país a otro, indecisión a la hora de acabar con los paraísos fiscales. El cuento de nunca acabar.

En esos años, todos éramos conscientes de que faltaban dos cosas. Construir la otra pata de Europa, es decir, unir a todos sus miembros políticamente creando un Estado (tal vez no una federación, tal vez no un país tal como lo entendemos a escalas nacionales) que fuera capaz de ponerle una brida al desmadre económico. Y, por otra parte, estar dispuestos a sacrificar para ello el egoísmo nacional, que consiste en ser miembros de la Unión pero sin ceder soberanía.  

Claro que ha habido acuerdos y tratados comprometiendo solemnemente el establecimiento de la unión política. Si se me permite la crudeza, agua de borrajas, con un parlamento europeo que casi nada puede decidir y un gobierno central en Bruselas al que le falta estructura democrática y que es incapaz de imponerse a los distintos gobiernos que hacen por su cuenta tonterías insolidarias.

Y en ausencia de un mando político, la globalización de la economía es vista como la fuente de todos los males; este es el gobierno de los bancos, se dice, es el capitalismo sin control, se asegura. Encarna todo lo que hay de malo en este mundo egoísta. Y, naturalmente, es así como nacen los movimientos disgregadores. Vámonos de aquí, clama el líder inglés del UKIP, el partido británico anti-UE. Y a su lado florecen en Europa los partidos antiglobalización, anti-Unión Europea.  En Alemania, en Grecia, en Finlandia, en Italia, en Hungría (en donde hasta el gobierno es anti-UE) y en tantos otros países, son unos partidos políticos no solo anti-europeos sino antidemocráticos y xenófobos Un cáncer insufrible. Estoy seguro de que los lectores recordarán los modos fascistas del partido griego Aurora Dorada cuando consiguieron espectaculares resultados en las pasadas elecciones.

El grave problema es que no hay quien dirija y controle la globalización, a menos de que la UE le imponga disciplina y mando. Y eso no se consigue deshaciendo Europa sino haciendo por fin la Unión política.  No menos Europa sino más. Citaré al Presidente de Francia, François Hollande, que hace un par de semanas  afirmaba:

“Europa es paradójica; sigue siendo la primera potencia comercial pero parece en declive, en letargo. La recesión provocada por las políticas de austeridad amenaza la identidad de la Unión. Si Europa no avanza, se borrará del mapa del mundo y del imaginario colectivo. No se trata de ser conservadores o progresistas, sino de superar los egoísmos nacionales y de salvar el proyecto. Es hora de dar un nuevo impulso a Europa”.

Hermosa invocación a la unidad del sueño de Europa, al que Hollande, por si las moscas no se le entendía, adjuntaba tres propuestas: dotar de presupuesto propio a la zona euro y en un plazo de 12 años, consolidar la unión política y mutualizar las deudas.

De todos modos, no seamos impacientes. Tras veinte siglos de guerras, crueldad y violencia, de enemistades irreconciliables, los Estados europeos  se pusieron por fin de acuerdo tras el último y más sangriento de los conflictos y decidieron crear un espacio en paz. Y lo  consiguieron. No está nada mal: en medio siglo de paz hemos superado veinte de odios y muerte.

En lo que hace a España, ¿no sería hora de instituir una asignatura de valores europeos para los jóvenes escolares?  Hacer ciudadanos de Europa, que buena falta nos hace. Puede que así se consiguiera superar el conflicto que ahora enfrenta a la religión católica (y al ministro Wert) con los que preferirían la enseñanza de una materia cívica menos confesional.  

 

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