Fomentar la diferencia

Quien mejor ha representado el antagonismo de unas tradiciones con otras ha sido el programa de humor de Euskal Telebista “Vaya semanita”. En él, Papá Noel se queja al Olentzero —carbonero mitológico precristiano que da regalos a los niños vascos y navarros— de sentirse marginado. “Pues ponte a la cola, porque éstos —le responde, refiriéndose a los Reyes Magos— están peor que tú”.

Si sólo se tratase de eso, sería una divertida anécdota; pero más bien resulta todo un síntoma: el de que se fomentan las diferencias de unas zonas con otras, el de que se propician las disparidades, el de que se busca lo que nos separa más que aquello otro que podría unirnos.

Sucede con los idiomas. Cuando mi empresa era responsable del periódico “La Voz de Asturias”, recibía subvenciones del Principado por las páginas que publicaba en bable. Era una manera de promover el conocimiento del lenguaje histórico de la región, por supuesto. Sigue sucediendo en todos aquellos territorios con lenguas diferenciadas: que el dinero público financia el aprendizaje de los idiomas vernáculos, históricamente preteridos por el uso generalizado del castellano.

Esa actividad, discutible, como todas, podría justificarse como la aportación social a un mejor conocimiento histórico, a dotar de herramientas culturales a la población, a apoyar la integración de grupos sociales excluidos… Pero hay gente que piensa que nos hemos pasado en el empeño. El otro día, un amigo, tras oír hablar en un infecto castellano a la ex consejera catalana de Educación Clara Ponsatí, ironizó: “Yo subvencionaría la enseñanza del castellano, el idioma que hoy se habla peor en España”.

No sé si tiene razón, pero a lo mejor convendría reflexionar sobre ello.

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