Fórmula 1: cada cosa tiene un sitio

 

 

He estado a punto de ir al médico. Porque, sin poderlo remediar, ha pasado San  Juan, hemos entrado en el verano… y no he echado de menos la Fórmula 1. ¿Estaré bajo de defensas?, me preguntaba inquieto. ¿Al llegar el verano tendré floja la valencianía? Algo me pasa, doctor…

De verdad era un asunto que me preocupaba y me sigue preocupando. Y después de darle muchas vueltas, cuando me he parado a pensarlo en serio, he decidido que este artículo puede ser como una especie de purgante: resume lo que sientes y lo que piensas, hazlo público, y puede que esa terapia termine por ayudarte.

El asunto arranca de no creo que el “circuito urbano” que Bernie Ecclestone y sus mariachis trajeron a Valencia sea verdaderamente un “circuito urbano”. Lo es, quizá, el de Montecarlo, la capital del principado de Mónaco, donde los Ferrari circulan a 300 por hora por las verdaderas calles de la verdadera ciudad que tienen: por delante del banco y del hotel, de la agencia de seguros y el Casino… En una ciudad, claro está, que de tan selecta, rara y carísima que es, no tiene la mayoría de los elementos que entendemos que forman parte de una ciudad: una panadería, una verdulería, un cine…

Visto así, ninguna ciudad del mundo tiene un circuito urbano de Fórmula 1. No lo es el de Qatar, que está en el desierto. No lo es el de Singapur, que no se ubica en los templos y mercadillos ancestrales. No lo es tampoco el de Montecarlo. Porque en Valencia, de existir un circuito urbano habría que meterlo por la curva de la calle del Miguelete, rumbo a la plaza de la Reina, donde enfilaría la recta de la calle de la Paz…

Una monstruosidad. Un imposible, técnico y humano. Por eso, en Valencia, se pensó en una zona híbrida: casi la mitad del circuito está en el puerto viejo, la Marina Juan Carlos, y casi todo lo demás discurre por inhóspitas zonas que Valencia tiene aún por construir y desarrollar. Se quiso que fuera un reclamo. Pero eso pasó hace años –la primera carrera se dio en 2008, cuando la crisis inmobiliaria comenzaba– y ahora es cuando aquella parte de la Valencia paralizada debería estar habitándose.

No, no creo que el trazado de Valencia sea un “circuito urbano”. Otra cosa es que hubiéramos querido hacerlo marino. O marítimo. Es decir, ubicado en su totalidad en la Marina para que siempre pudiéramos tener referencias de tinglados, reflejos de agua y estampas de veleros amarrados. Pero para eso –dejando aparte las muy estrictas medidas de seguridad, que, hace veinte años lo permitieron en Mónaco, pero ahora ya lo hacen imposible— sería necesario que la Marina Juan Carlos I estuviera habitada, tuviera vida de pueblo pescador y marinero. Luciera mucha más vida de puerto deportivo, mucha más hostelería, mucha más entrada y salida de barcos que la que tiene. Algo que los valencianos hemos de conseguir, y conseguiremos, pero que hoy por hoy todavía no es realidad.

Otro factor hay que tener en cuenta en estos momentos. La Marina no es, como ha sido hasta hace unos meses, propiedad del Estado. La Marina es ahora de la ciudad de Valencia. De modo que la absoluta prepotencia con que el señor Ecclestone y sus mariachis avasallaban a diestro y siniestro, el autoritarismo con que, por cláusulas consentidas en contrato tomaba el control de las instalaciones y se adueñaba de todo, incluido el edificio “Veles i vents”, sus cocinas y sus terrazas, me parece que debe pasar a la historia antigua. La Marina, don Bernie, es de Valencia y usted debe pisarla con el debido respeto. Y a ser posible, antes o después, entiéndame, pagando en vez de cobrar. Como si alquilara un amarre, pero a lo grande.

Por eso digo que mis dudas, que conforme escribo se van aclarando, me llevan a la lógica de las cosas: carrera de Fórmula 1 en Valencia, sí, porque mi Valencia se lo merece todo. Pero en el circuito de Cheste, que tiene las curvas arregladas y homologadas, que es una instalación de primer nivel mundial y que nos ha costado muchos cuartos a los valencianos, razón por la cual la debemos explotar debidamente. Y no por discurrir eso me siento alejado de la necesaria política de “eventos”, que ahora hay que seleccionar, ni de mi cuota de “valencianía”.

En su sabia experiencia dejo, mister Ecclestone, que usted separe lo bueno de lo mejor. Montmeló, en la Catalunya independentista, es un sitio estupendo, desde luego. Pero no es Valencia. Quiero decir que no tiene esa gracia de Mercado Central y gambas rojas de Dènia que usted apreció en su día. Ni tiene a mano el magnífico Hotel alquería de La Mozaira, en plena huerta, que se dice que usted incluso quiso comprar.

Valencia tiene muchísimas cosas buenas que el magnate inglés de las carreras conoce y aprecia. Y que deberían hacerle reflexionar, como a mí me ha ocurrido, hasta llegar a la conclusión de que el sitio ideal es Cheste. Entre otras razones para permitir que la Marina de Valencia encuentre, al menos durante los próximos cinco años, la serenidad y la paz, la estabilidad de concepto que necesita para acentuar su verdadera vocación, su personalidad, que debe ser esencialmente marítima y marinera: de velas y de yates, de pescados y arroces, salidas del sol, paseos desde la playa y tardes plácidas con ruidos de jarcia.

Dejemos, en efecto, que la gente se tome una cerveza tranquilamente, en un puerto deportivo, sin pensar que esas rayas verdes  del suelo, que ahora todo lo marean, están para que Fernando Alonso ponga la sexta y arree a 330 por hora. Vamos a ver si pueden hablar ahora los urbanistas con sensibilidad, si puede expresarse lo que Valencia desea y si se perfila de una vez el estilo de la Marina que la ciudad anhela desde siempre… y necesita.

 

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