Gibraltar didáctico

Como la gente joven, en términos generales, no ha sido bien formada, como no han recibido las enseñanzas adecuadas, todo esto de Gibraltar les suena raro. Un capricho del Gobierno, una ocurrencia más de la derechona. Cosas de políticos desficiosos que quieren que no se hable de Bárcenas. Por eso es bueno que, de vez en cuando, cada generación, tenga una dosis de problema-Gibraltar. El valor didáctico que se podría extraer del asunto es impagable.

Añoro una España en la que esta noche, por ejemplo, hubiera un debate, al estilo de los que en su día hacía José Luis Balbín, donde pudiéramos aprender cosas, cuantas más mejor, sobre Gibraltar. En vez de la basura del “Sálvame”, todos los días se deberían estar abordando cuestiones relativas a un problema que no es una minucia. Incluso los asuntos prácticos del día a día gibraltareño –basuras, agua potable, supermercados, gasolineras– serían de gran valor didáctico para una juventud que, en general, ha sido muy poco informada: de cómo es posible que haya una colonia inglesa en España, de los ríos españoles cuando pasan a Portugal y de por qué es un error echar escombros en los humedales costeros.

¿Habrá algún profesor valenciano que explique bien que Gibraltar es fruto de una guerra que en buena medida se solventó en esa “funesta” batalla de Almansa que muchos celebran como “hecho nacional”? ¿Se informa a los tiernos jóvenes que en la dichosa batalla se enfrentaron Francia y España contra Gran Bretaña, Holanda y Portugal, con el resultado de unos diez o doce mil muertos y heridos? ¿Hay maestros que enseñen que los beligerantes valencianos capitaneados por Basset fueron excelente carne de cañón para los ingleses? ¿Sabrán los alumnos que los “borbones centralistas” traían a España un hecho moderno y de progreso llamado Estado?

En Valencia celebramos la derrota como funesta porque perdimos, después de la guerra, los Fueros. Pero no es costumbre ligar esa guerra de tronos “ganada” por Felipe V con un tratado, el de Utrecht (Holanda), firmado en 1713, por el que perdimos Menorca, recuperada poco después, y un peñón de Gibraltar donde la bandera del archiduque Carlos de Austria ondeó muy poco tiempo y fue enseguida sustituida por la británica.

Qué interesante tertulia podría resultar la que contara bien las negociaciones, compadreos, traiciones, compensaciones, argucias y pactos diplomáticos que, por encima y por detrás de una guerra terrible, desarrollaron las grandes potencias europeas entre 1910 y 1913… Qué cuadrilátero de poder, el de España, Francia, Gran Bretaña y Alemania jugando sobre el tablero de una Europa empobrecida. ¡Y sobre todo qué manera de arruinarse los cuatro estados y de llevar al matadero a lo mejor de su juventud! Solo la escena del archiduque pretendiente al trono de España, que abandona la Barcelona donde se había encastillado porque ha muerto su padre y ahora ya es emperador, merece las novelas que se han escrito últimamente.

No se explica casi nada y nada sabemos… De modo que parece normal que el gobernador de la colonia eche pedruscos a un mar… que jamás ha sido británico. Qié pena que no hay un programita de televisión que nos diga que en Utrecht, para que su nieto pudiera reinar en España, el Rey Sol de Francia cedió a los ingleses esa mitad del Canadá que todavía habla francés y quiere ser independiente. ¿Nos explican que Francia ocupó el Dunquerque que luego tendría que ser tan famoso en otras guerras? Solo la parte relativa a la negociación de los intereses de los pañeros belgas llenaría un documental…

Ni siquiera se explica en los institutos que en Valencia todavía disfrutamos que la Puerta de los Hierros de la Catedral, construida por un arzobispo austracista por esas fechas. Ni siquiera se dice que Cataluña todavía se duele, con sus habituales trampas a la historia, sobre lo mucho que sufrió el pueblo, abandonado por los defensores “dels Furs” –primero los austracistas pero luego, también, el rey Jorge de Inglaterra– a manos de un rey que, como es natural, quiso imponer la unidad y la uniformidad en sus reinos… aunque se le “fuera la mano” como había ocurrido en Xàtiva.

Explíquese todo bien, si es posible. Dígase en televisión y las escuelas que, entre otras cosas, Gran Bretaña “le sacó” a España Menorca, Gibraltar y el monopolio, por treinta años, del comercio de esclavos entre África y las colonias españolas en el Caribe. Porque hablar solo del contrabando de tabaco y del paraíso fiscal no llega a componer un cuadro completo en medio de tanto ruido. El hecho es que Europa entera cambió en Almansa y en Utrecht y que todavía disfrutamos de muchas secuelas.

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