Halloween, como síntoma

Las jóvenes generaciones no saben ya que el 31 de octubre se celebra la víspera de Todos los Santos, la tradicional festividad cristiana. Para ellos es solamente Halloween (la noche de las brujas, para los más enterados).

No se trata solamente de la paganización de nuestras costumbres, que también, sino de la apropiación mimética de todas las celebraciones yanquis. De seguir así, dentro de poco haremos festivo el ritual Día de Acción de Gracias norteamericano, que ya me dirán qué tiene que ver con nosotros.

Hay una lógica jaranera en todo esto: la de no perdernos festejo ni diversión alguna en un mundo en el que la farra y la juerga resultan más importantes para nuestras vidas que cualquier otra actividad, ya se trate de los Carnavales, del Día del Orgullo Gay o de la alemana Fiesta de la Cerveza. Pero, sobre todo, se produce un seguidismo agobiante y tontorrón de todo lo que procede de Estados Unidos.

Curiosamente, suelen ser los más progres, los que critican el imperialismo yanqui, la guerra de Irak, las bases norteamericanas y otros tópicos, quienes resultan más fanáticamente horteras en su seguidismo. Chapurrean un inglés en el que todo está trufado de cool, visten como si fuesen adolescentes del Bronx, consumen los últimos aparatos electrónicos made in USA y, si tienen algún dinero, se van a vivir a Estados Unidos, como Javier Bardem y Penélope Cruz.

Mientras, disfrazado de bruja, regalo caramelos a todos los niños de la vecindad que acuden a mi puerta con la frase de “¿truco o trato?”, pienso que el fenómeno de Halloween sólo es un síntoma más de que cuanto más queremos diferenciarnos unos españoles de otros, más acabamos por asemejarnos todos nosotros a los de fuera.

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