Hay que inventar el buzón

Esto de ordenar las bibliotecas es fenomenal. Y tener un hijo que te las ordena, más fenomenal todavía. En Semana Santa, a mi hijo Gonzalo le ha dado por meterse con un armario que tenemos en el «cuarto de estudio», cuarto en el que no ha estudiado nadie en los últimos 40 años, que es la edad de esa habitación, y de la casa.

Ha sacado todos los libros, les ha quitado el polvo, que es mucho quitar, ha barnizado el armario y ha arreglado unas bisagras que tenía rotas. Para mí, hubiera sido misión imposible.

En esa misión, ha encontrado libros que yo no sabía que tenía y, alguno, que no sabía ni que existía. Con las bibliotecas, pasa eso. Hay libros comprados, heredados, prestados por alguien a quien no se los has devuelto (en compensación de los que tú has prestado y allí se quedaron). Cuando la familia es muy numerosa, como me pasa a mí, con mucha frecuencia no sabes quién los ha comprado, quién los ha prestado…Normalmente, sí sabes de quién los has heredado.

El libro que no sabía que existía se titula «El custodio», escrito en el siglo XIX por Anthony Trollope, un novelista inglés que yo tampoco sabía que existía. (Cuando uno es ignorante, es ignorante.)

No he empezado todavía a leerlo. Pero, en el sumario y en una breve biografía suya, ha saltado la sorpresa. Este señor empezó a escribir relativamente tarde , sin preparación básica y alternando su trabajo de escritor con el de funcionario de correos. Mientras tanto, otro señor, Rowland Hill, inventaba el sello postal. A medida que Trollope iba subiendo en la escala de correos, pensó que tenía que inventar otra cosa. Y se le ocurrió el buzón en las aceras, una de esas cosas que piensas que Dios las puso en el mundo cuando lo creó y que resulta que no, que antes de Trollope no existían.

Dicen de él que trabajaba mucho y a gran velocidad, con horarios fijos, que cumplía religiosamente.

Me encontré el otro día con un amigo mío, empresario, a quien no había visto hace tiempo. Sonriente, sacó una tarjeta y me la dio; «XXXX, fotógrafo de bodas y comuniones». Me contó que la empresa no le había ido bien y que se había «reinventado», palabra que se ha puesto de moda y que, con frecuencia, la oigo como receta para salir de la crisis. Como siempre le había gustado la fotografía, compró un buen equipo y hala, a la calle.

Nunca había visto de cerca a un reinventado y, de repente, me encuentro con dos: uno de hace 150 años y otro actual.

Trollope y mí amigo no se conocieron. A primera vista, son muy distintos. Cuando era subinspector postal en un pueblín al oeste de Irlanda, Trollope llevaba casaca roja, botas y calzones, y montaba a caballo. Mí amigo va normal.

Pero el escritor y mí amigo coinciden en algunas cosas:

1. Trollope, de funcionario de correos a novelista. (En su caso, sin dejar de repartir cartas).
2. Mí amigo, de empresario a fotógrafo.
3. Los dos, contentos con el cambio, sin añoranzas ni quejas inútiles.
4. Los dos, pensando en sus respectivas cuentas de resultados. Trollope, siendo «muy detallista en cuanto a su modo de escribir y sus ganancias». Mí amigo, diciéndome: «me gano bien la vida».
5. Los dos, sabiendo que como escritor, como funcionario de correos, como empresario o como fotógrafo, hay que hacer las cosas muy bien. Hay que trabajar mucho, hay que trabajar muy bien…Lo de siempre. La era de las chapuzas se extinguió.

Trollope, además, nos dejó una herencia: el buzón. A mí amigo, algo se le ocurrirá. Pero hay algo que ya se le ha ocurrido: que, cuando tienes problemas, y tienes ganas, y sabes que has de salir adelante TÚ, sin esperar, y mucho menos exigir, que los demás te saquen adelante, acabas inventando el buzón.

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