La agonía del PP

Como algunos enfermos terminales, el Partido Popular está en las últimas y aún no lo sabe. Ello no quiere decir que desaparecerá la ideología conservadora, en absoluto, pero sí que se encarnará en nuevas formaciones políticas.

Para empezar, Mariano Rajoy carece de cualquier tipo de empatía, como demuestran repetidamente unas encuestas que le sitúan siempre entre los políticos peor valorados. Y él, a su vez, desconoce a sus conciudadanos al confiar porfiadamente en su apoyo debido a los mejores resultados económicos del país: éstos, ni resultan tan excelentes como él cree, ni se deben exclusivamente a su gestión, sino al contexto de bonanza internacional.

Por otra parte, nuestro hombre insiste en ignorar el devastador efecto de la corrupción en su partido. Lo que al principio fue considerado como una anécdota por sus votantes, al final, dada su extensa reiteración, ha acabado por ofender a muchos de ellos que han abjurado del PP y se niegan cada vez en mayor número a volver a votarlo.

Para acabar, el último presunto éxito de su Gobierno —la liquidación del separatismo catalán— no es tal: los independentistas siguen siendo mayoritarios, controlan igual que antes los resortes de educación, comunicación y presión del secesionismo y continúan alimentando el victimismo, la desafección institucional y la ruptura de la convivencia.

De ahí los estertores del partido, su falta obvia de ideología y el miedo creciente a Ciudadanos, que le lleva a centrar en él sus críticas y no en dedicarse a buscar consensos que saquen al país de su parálisis institucional.

Si todo esto no es una agonía, que venga Dios y lo vea.

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