Mare Nostrum, Un mundo difuso para una agricultura en riesgo

La caída de la utopía socialista

Con la resaca del sainete nacionalista mecido por la maquiavélica estrategia de Esquerra en su intento de violentar el Estado de Derecho, y con la convulsión demoscópica de muchos profetas que vuelven a estrellarse contra el muro de su propia vacuidad intelectual, por muchas vueltas que le den al CIS, no podemos pasar por alto que hace 25 años, en la noche del 9 al 10 de noviembre un grito de Libertad sacudió los 45 km que partían en dos la ciudad de Berlín.

El Schandmauer, o muro de la vergüenza, el símbolo de la opresión y el totalitarismo que esa escisión del Movimiento Socialista en 1919 levantó, una vez más, para separar, para excluir, para proteger un modelo social que propició que ciudadanos libres se convirtieran en sumisos camaradas, que ciudadanos individuales fueran anulados por una masa anónima, donde el falso igualitarismo generó las mayores desigualdades. Un modelo donde la represión política hacía enmudecer cualquier atisbo de apertura, para mayor gloria de la Dictadura del Proletariado. Un modelo protegido por la mayor maquinaria propagandística de la historia, que ha seguido encubriendo el mayor fracaso ideológico del pensamiento político.

Todo un símbolo que venía a representar el fin de las ideologías, la derrota de un modelo que bajo la apariencia de la defensa del obrero en un contexto social de sobre explotación, subyacía el germen de todo totalitarismo, el control del individuo, su anulación por la masa, el poder por el poder. La lucha contra el Liberalismo, contra la Dictadura de los Mercados ha sido el referente ideológico, que amparado en un engañoso carácter “social”, ha mantenido viva la llama de esta corriente del pensamiento en todas sus manifestaciones, en esa búsqueda de una fraudulenta igualdad entre los hombres, que supuestamente deberían ser socios y no lobos entre ellos.

Un Muro asaltado por el empuje entusiasta y pacífico de miles de ciudadanos de la RDA, que aprovecharon el caos gubernamental para pasar los puestos de control ante la pasividad de la Volkspolizei, alentados por unos medios de comunicación de la RFA que anunciaban sin parar que “El Muro está abierto”. Una avalancha de alegría desbordada que provocó el tan esperado reencuentro de ciudadanos, familiares, amigos, separados por la ignominia del totalitarismo más cruel. A partir de ahí, la imágenes han inmortalizado a ciudadanos anónimos demoliendo piedra a piedra ese muro de la vergüenza en el mayor homenaje a la Libertad que nos ha dado el pasado siglo XX.

Todo un símbolo de la debacle ideológica que sigue lastrando a un socialismo que pese a su derrota por la fuerza de los hechos, ha sabido utilizar la propaganda y los medios de comunicación de masas para así poder tomar las riendas de la cultura y del pensamiento oficial y sobrevivir en un ejercicio de supervivencia ideológica bajo una marca blanca como la socialdemocracia.

Una marca potenciada por el Congreso de Bad Godesberg(1959), en el que el SPD estableció el nuevo rumbo para la incipiente socialdemocracia europea, que es cuestionada ahora por los máximos exponentes del socialismo oficial, como Manuel Valls, que se pregunta cómo se ha vuelto a desmoronar ese proyecto que levantó el Estado del Bienestar tras la II G.M. Una socialdemocracia que dominaba el espectro político europeo hace unos años y que en la actualidad languidece como ese otro proyecto idílico de Eisenhüttenstadt, “la primera ciudad socialista de Alemania”, el mejor exponente del fracaso de un modelo que no ha sabido adaptarse a una globalización inmisericorde.

25 años después seguimos recordando esas imágenes y reflexionando sobre su trascendencia, en unos momentos complicados para nuestra joven Democracia. Una Democracia que se siente embestida por un populismo, el mismo que levantó ese Muro, camuflado en esa otra marca del Socialismo del Siglo XXI. Marcas del laboratorio social de la Izquierda que ganan terreno a la convivencia pacífica y la estabilidad institucional, generando peligrosas incertidumbres por el efecto devastador de su temible maquinaria propagandística.

Y el terreno está abonado por esa constante y demoledora acción repetitiva estratégicamente diseñada para conseguir sus objetivos. El Muro cayó por el efecto contrario, por la fuerza de la Libertad de millones de ciudadanos que querían librarse del yugo ideológico con el que la Izquierda dirige y controla sus vidas, levantando muros de exclusión e intolerancia.

No podemos repetir los mismos errores. Las Democracias Liberales han sabido subsistir al envite de la globalización planteando horizontes de desarrollo sostenibles, adaptándose al desarrollo del mundo y rompiendo con el determinismo histórico que anulaba al individuo. Por eso hay que recordar hoy que ese Muro que cayó hace 25 años, representaba mucho más que una simple secuela bélica.

El Muro de la intolerancia, de la intransigencia, de la exclusión, de la represión, de la persecución de aquellos que no piensan igual. De todo aquello que subyace en las propuestas de círculos que empiezan y acaban en sí mismos, envueltos en la bandera de un falso progresismo igualitario, encandilando con sus soflamas a una ciudadanía desorientada que puede volver a caer en manos de los mismos que levantaron el muro del pensamiento único. Los anclajes del marxismo siguen siendo un lastre para la superación ideológica de un modelo que sigue perdido entre los cascotes de su muro.

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