La caída de Pedro J.

Por una vez, un rumor que circulaba hace tiempo por los mentideros terminó sustanciándose. El director de “El Mundo” fue destituido por el consejo de administración de la empresa propietaria. Prueba de que las hablillas no se las acaban de creer ni quienes las difunden es que el cese de Pedro J. Ramírez fue recibido con general sorpresa. Y, bueno, con un shock comprensible al estar tan estrechamente vinculado el diario a su persona y a su personalidad.

Todo periódico tiene unas señas de identidad, y las de “El Mundo” pueden resumirse, a riesgo de simplificar, en el destape de escándalos relacionados con la política. No voy a hacer la lista ni a valorar si todos estaban fundados. Lo menciono como necesario contexto de las interpretaciones que ha suscitado el cese. Pues, para algunos, no cabe duda de que se trata de una decapitación política cuya mano oculta está en las más altas instancias. Así lo presenta también el afectado, y no faltan quienes ven en ello su última gesta periodística: conseguir que no se relacione su cese con las pérdidas que venía sufriendo el diario.

El periodista Hermann Tertsch hizo, en el diario ABC, una reflexión esclarecedora. Si una compañía extranjera tiene un medio de comunicación en España, decía, es siempre con los legítimos objetivos de “ganar dinero con la propia empresa y tener influencia que le sirva tanto en el campo político como en el mundo más amplio de los negocios”. Pero si, además de pérdidas masivas, ese medio le supone “un aislamiento y una sanción efectiva en el mundo empresarial y económico, deja de ser un patrimonio problemático y un mal negocio para convertirse en una maldición”.

Aislamiento es la palabra a subrayar. Contra lo que dice la leyenda, la prensa que entra en la batalla política no está fuera del espectro del poder, sino dentro. Cuenta con el apoyo de una u otra facción política, o con el de grupos que tratan de ejercer influencia. Aunque todo eso se puede perder. Se puede perder a condición de que queden los lectores. Y esa es la parte interesante del caso. Porque parece evidente que hoy en España la gente está muy interesada en conocer los escándalos, a la vez que horrorizada por ellos. Entonces, ¿cómo le iba tan mal al diario que los ofrecía con más empeño?

Podrá culparse al gobierno del cese de Pedro J. por mover el dedo o, lo que es más probable, por no moverlo para ayudarle. Podrá achacarse su pérdida de lectores de pago a Internet y su gratis total. Vale. ¿Pero por qué excluir del reparto a lo más común y corriente? Esto es, al error. Como tomar decisiones empresariales equivocadas y no lograr el producto que el mercado demanda. Hace unos años, el director del semanario Die Zeit, que subió en lectores durante la crisis, habló de dos errores que contribuyeron al declive de la prensa impresa: “la falta de credibilidad” y “el abandono de la calidad”. Merece meditarse.

Cristina Losada

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